En estos últimos años -cuatro o cinco, como máximo- cualquiera que haya navegado por la costa mallorquina o haya paseado por sus puertos habrá tenido ocasión de comprobar que se ha producido un gran incremento en el número de embarcaciones dedicadas al alquiler náutico (motoras o veleros, sean grandes barcos o pequeños botes, con patrón o sin él). En todos los puertos hay gran cantidad de oferta y en cualquier cala es fácil encontrarse con muchas de esas embarcaciones, a todas horas, yendo y viniendo.

Esa impresión subjetiva se ve corroborada mediante la consulta a los registros de embarcaciones de recreo matriculadas o inscritas en Balears, en los que puede comprobarse que en los últimos cinco años aparecen más de 1.200 embarcaciones en lista 6ª .

Como navegante habitual y observador de la realidad circundante, este hecho me ha llamado mucho la atención y me ha llevado a preguntarme cuál podía ser la razón de que tanta gente, de repente, tuviese interés en ese tipo de ocio náutico, siendo que en muchas ocasiones se trata de personas que tienen escaso conocimiento del medio marino y no están muy habituadas a desenvolverse en él.

En términos de ciencia económica, me parecía que la oferta había ido aumentando muy rápido, para responder a una demanda igualmente creciente en muy poco tiempo, pero no acababa de entenderlo, máxime si tenemos en cuenta la situación de que venimos, donde nos encontramos (pandemia, guerra, inflación, etc.) y adonde vamos (lo que se desconoce).

Pero, la otra tarde, contemplando cómo algunas de esas embarcaciones se desenvolvían – a bordo, familias españolas de clase media, que parecían disfrutar de ese momento de ocio- creo que descubrí la razón de que ese tipo de negocio esté yendo tan bien y haya crecido de una forma exponencial.

En este caso, una imagen vino a valer más que mil palabras. Esa imagen era la de una persona que estaba en una de esas embarcaciones, feliz y contento, brazos extendidos y abiertos, encantado de la vida al hallarse en esa situación, al atardecer, en una cala mallorquina, disfrutando del mar y el sol junto a su familia. Era la viva imagen del bienestar y la felicidad.

En ese momento comprendí que, realmente, cuando una persona alquila una barca de ese tipo -tamaño y características según disponibilidades- está adquiriendo un poco de felicidad, lo que le va a permitir sobrellevar mejor el resto de su existencia, al menos durante un tiempo. Quizá, incluso, se trate de ese momento que será recordado durante años («os acordáis cuando fuimos en aquella barca en Mallorca…»). Y ahí está el secreto, en que todos queremos, aunque sea por un rato y siempre que nos lo podamos permitir, acceder a un poco de felicidad, que viene a ser un sucedáneo de la inmortalidad.

En fin, no se trata, por tanto, solo de alquilar una barca y navegar un rato, sino de sentirse inmune al paso del tiempo y poder volver, así reconfortado, al trabajo que uno estuviera haciendo antes, por triste y gris que fuera. Y está claro que, así planteado, seguro que esa oferta tiene mucha demanda, como se está demostrando en la práctica. En el fondo, esto mismo sucede con toda actividad turística, y de ahí la gran cantidad de gente que está moviéndose de un lado a otro pese a la que está cayendo.