Entre las 138 propuestas de todos los grupos parlamentarios que se votaron ayer, Ciudadanos, la formación en caída libre que está haciendo juegos malabares para no desaparecer total y definitivamente, presentó una muy original: suprimir de la Constitución el término «nacionalidades». Como se sabe, los constituyentes, en un alarde de buen sentido y equilibrio, decidieron, ya en el artículo 2 de la Carta Magna, que la Constitución «reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran».
Aquella fue la manera inteligente de reconocer los derechos de las comunidades históricas, incluidos los territorios forales, y de regionalizar al mismo tiempo todo el Estado. Con ello se edificaba un cuasi federalismo –el término no fue utilizado porque tenía resonancias que algunos no hubieran admitido-, se satisfacía la demanda secular de Cataluña, el País Vasco y Galicia, y se superaba el estadio territorial republicano de los años treinta.
El dibujo actual no es perfecto pero ha rendido sus frutos y ha logrado funcionalidad y eficiencia. Asimismo, ha calado entre la gente y se ha generado un nacionalismo blanco que ha cuajado en lo simbólico. Habría que «federalizar» más el conjunto y que reconstruir el Senado, pero todas las reformas deseables van en sentido positivo. Solo Ciudadanos, que ya no sabe lo que es ni dónde se ubica, acompaña hoy a Vox en el rechazo al estado de las autonomías. No parece que esta excentricidad vaya a salvar a Ciudadanos de la extinción.