El efectismo no debería primar sobre la efectividad en la lucha contra la violencia sobre las mujeres. El ansia oficial por hacer y explicar las acciones que desarrollan contra esa lacra, en ocasiones desenfoca a las víctimas.

Además de profundizar en la asimetría de la respuesta oficial, tengo dudas de que algunas de esas actuaciones generen resultado positivo, ni sobre las víctimas ni sobre los agresores.

El viernes 27 de mayo, Diario de Mallorca informó de otra acción contra la violencia de género: el ajuntament de Binissalem, había colocado un gigantesco cartel en el Camí del Pedàs que aún reza: «Si no reacciones davant les violències masclistes, passa de llarg/Binissalem per la igualtat».

Sin entender la utilidad «finalista» de magnificar una postura tan obvia contra la violencia de género, de la sociedad en general y de Binissalem en particular, el mensaje —de lectura sobre ruedas— hay que descifrarlo a vuelapluma excluyendo a los «insensibles» que no comprendan el catalán. Ignoro su coste, y en última instancia al captar el inmenso cartel la atención de los conductores, veo comprometida la seguridad vial.

Regreso a Palma, y visitando la feria de libro recuerdo Violetas de marzo, la magnífica novela iniciática de la serie Berlín Noir, en la que Philip Kerr me dio a conocer un tipo de nazis neófitos. Las flores, su color y el mes me trasladan a algún que otro efectismo institucional del último Día Internacional de la Mujer.

Mujeres y taxis violeta

La novela del escocés, no tiene nada que ver con el anuncio violeta del Ajuntament realizado musicalmente en torno el ocho de marzo sobre el cromatismo de las paradas a demanda del NitBus, bajo el lema: Viatja tranquil·la amb l’aturada violeta.

Cualquier acción que se ejecute atenuante de esas situaciones violentas en general, por pequeña que sea —Binissalem incluido—, es plausible. Pero lo más importante no es lo que se hace, sino su repercusión real sobre las víctimas.

Un campo propicio en el que atacar esa fragilidad, donde la sociedad mantiene a las mujeres, es la oscuridad de la noche. Quien tuvo la idea de establecer paradas a la carta en los itinerarios de las líneas de autobuses nocturnos para las mujeres, merece su reconocimiento: Una acción sencilla, en principio a coste cero, que parte de utilizar una red púbica consolidada, facilitando —los fines de semana— a las mujeres que residan en su itinerario disminuir su grado de exposición a depravados. Todo ello, a cambio de alargar mínimamente el tiempo de recorrido de la línea. Esta medida supone el reconocimiento, tanto implícito como explícito, de un grave problema que ni la sociedad en general ni la Administración en particular saben resolver: el riesgo de ser mujer y su clara desprotección.

De padecer cualquier agresión individual, se queda en eso. Puede ir desde un susto de varios días, hasta un shock postraumático de por vida o incluso perderla. Frente a la víctima — ya se sabe— la culpa social se difumina entre todos… y hasta la próxima noticia en la sección de sucesos. Por tanto, la activación de medidas por parte de cualquier Administración en pro de mejorar el escenario descrito debería presentarse desde una sobria humildad paliativa.

El triunfo de la Administración no está en sumar renglones de proyectos. Está en el fruto que sobre las mujeres dan esos proyectos —ese es el momento de vender su gestión—. Y nos queda —a todos— muy lejos darles protección eficaz.

Descritas las paradas violeta y su escasa cobertura territorial, se debería avanzar en una forma de transporte más completa que lo aborde con perspectiva de género, y que, además, pueda llegar a cualquier punto de la ciudad. Una opción serían los ‘Taxis violeta’.

Es un hecho que los fines de semana existe gran demanda nocturna de servicios de taxi. Si bien hay mujeres que los conducen, la inseguridad general que padecen también les afecta a ellas y propiciar un entorno de trabajo femenino podrían aumentar su presencia en el turno nocturno, y con ello tener mayores opciones de conciliación familiar.

Por otro lado, hay mujeres que se sienten incómodas y vulnerables a solas en el interior de un vehículo con un varón desconocido.

¿Podría estudiarse la posibilidad de establecer un servicio de transporte complementario del general, consistente en la oferta y demanda de taxi exclusivo «de y para mujeres»? Pasaría por incentivar de algún modo a las mujeres taxista; establecer una experiencia piloto y finalmente tomar una decisión alejada del «aromatizado humo intermitente».