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Esther G. Medina

Prevenir la violencia en la escuela

La literatura científica criminológica advierte de la necesidad de atender a los espacios físicos escolares en los modelos de prevención de la violencia

La violencia es un fenómeno social que ha venido acompañando a la especie humana desde tiempos remotos y que, en mayor o menor medida, ha estado y está presente en todas las sociedades. De ahí, que no sea nada descabellado decir que la violencia es inherente a estas y que en lugar de tratar de eliminarla lo que sí se puede, y se debe, es prevenirla.

El interés por conocer sus causas ha motivado que un gran número de áreas científicas, incluida la Filosofía desde sus inicios, se hayan aventurado a dar una explicación más o menos acertada, entendida, bien como fenómeno social, bien como mera conducta individual. Con el surgimiento de las Ciencias Sociales, especialmente de la Sociología y la Criminología entre otras, el interés por dicho fenómeno adopta un carácter científico basado en el estudio y análisis de la evidencia empírica. Ahora, en pleno siglo XXI, denominado siglo del cerebro por el Nobel en Medicina del año 2000 Eric Kandel, las neurociencias están aportando conocimientos importantes en torno a la biología de la violencia, así como sobre el impacto que los entornos construidos tienen sobre dicho órgano. Cuestión que, por otro lado, reabre el sempiterno y controvertido debate sobre su determinismo biológico: ¿es el individuo bueno por naturaleza? (postura de Rousseau) o, por el contrario, ¿es malo por naturaleza? (postura de Hobbes). Ello ha conducido a muchos y diversos estudiosos a formular diferencias entre violencia, entendida como acto dañino e intencional, y la agresividad, entendida esta como conducta adaptativa presente en el reino animal y encaminada a perpetuar la especie.

En la actualidad existe consenso en afirmar que el hecho violento es un fenómeno complejo, multicausal, responde a un desequilibrio de poder y se manifiesta en todos los espacios y contextos sociales con importantes y múltiples implicaciones. Además de las consecuencias negativas en el ámbito personal y familiar, tanto de las víctimas como de quienes acometen el acto, la violencia tiene un coste social y económico que, según la propia OMS, acaba por impactar en el desarrollo mismo de las sociedades. Razón por la que esta misma organización la declara como problema de salud pública a nivel mundial y otorgando, por ende, a su prevención un carácter prioritario; la cual deberá hacerse, además, siguiendo un enfoque integral. Algo que responde principalmente a la heterogeneidad y multicausalidad de este fenómeno. Por la diversidad de contextos en los que aparece, el espacio escolar no es ajeno a este fenómeno. Es más, se estima que anualmente unos 246 millones de educandos son víctimas de algún tipo de violencia escolar. Porque, sí, la violencia escolar es más que bullying, es más que una conducta violenta y reiterada en el tiempo entre escolares (violencia horizontal). Se pueden dar conductas violentas de profesores a estudiantes (violencia vertical descendente), de estudiantes a profesores (violencia vertical ascendente), de asesinatos en masa (violencia sobre varias personas en un mismo acto), actos de vandalismo (violencia sobre las cosas), entre otros muchos. Violencias que se valoran como un potente factor de riesgo en la delincuencia futura, incluida la violencia por razones de género. La escuela, por ser el espacio donde transcurre la mayor parte de nuestra infancia y adolescencia y en el que construimos y desarrollamos nuestras relaciones sociales fuera de nuestro entorno familiar, es considerada, junto a la familia, un agente socializador de primer orden y, por ende, el lugar idóneo para la prevención de todo tipo de violencia. Parte de la literatura científica criminológica, incluida la sociológica, en torno a la prevención de la violencia escolar, así como diversos trabajos e informes de organizaciones internacionales como la Unesco, Unicef o la OMS, advierten de la necesidad de atender a los espacios físicos escolares en los modelos de prevención, en aras a la creación de entornos seguros y alejados de la violencia. Algo que se ha concretado en el cuarto de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, orientado a garantizar una educación eficaz para todos, o el Manual INSPIRE, desarrollado por la OMS, en el que se recogen siete estrategias encaminadas a la eliminación de la violencia sobre los niños, incluida la que se da en el entorno escolar y en sus espacios construidos.

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