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Miguel Vicents

En el nombre del padre

Agradecemos a nuestros padres el ejemplo, las enseñanzas y los consejos, pero sobre todo que nos dieran la libertad de equivocarnos, de tomar nuestras propias decisiones, cuando de antemano sabían que nos estrellábamos seguro, que íbamos directos al precipicio con aquel desatino, pero también que salir de aquel pequeño o gran atolladero solos, sin ayuda, seguramente nos valdría como lección de vida y ejercicio de la responsabilidad. Hoy, en cambio, solo los jóvenes tienen la última palabra, sus deseos son ley, los padres pintan cada vez menos y hasta el Gobierno desprecia y empequeñece el valor jurídico de su tutela. Mientras la experiencia, la visión lúcida de quien tiene el conocimiento y ya ha vivido circunstancias similares, es despreciada y apartada.

Pensé en ello al ver las imágenes del padre de Nadal en la grada de Wimbledon requiriendo a su hijo con gestos para que abandonara, para que saliera de una vez de la pista y no siguiera peleando contra el joven Taylor Fritz por un puesto en las semifinales del torneo londinense, arriesgándose a una lesión mayor que podía frustrar el resto de la temporada. El campeón de Manacor siguió erre que erre luchando con lo que tenía hasta la victoria, en un dramático duelo que se prolongó más allá de las cuatro horas y en el que el mallorquín, pese a la lesión abdominal, volvió asombrar al mundo con su calidad, fuerza y determinación de hierro. Pero al día siguiente abandonó Wimbledon, finalmente tuvo que dar la razón a su padre, la única visión lúcida del partido, el único que comprendió de verdad lo que ocurría y avanzó lo que podía pasar a su hijo cuando la afición pedía a gritos más y más Nadal hasta límites inhumanos.

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