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Olga Merino

Limón & vinagre | Ada Colau (Alcaldesa de Barcelona)

Olga Merino

Limón & vinagre | Ada Colau: El optimismo militante

Ada Colau, el día que conoció, a finales de junio, que el Mobile World Congress seguirá celebrándose en Barcelona. Quique García / Efe

Y van diez. Una decena de querellas archivadas ya contra el Ayuntamiento de Barcelona, la última de las cuales pretendía imputar a la alcaldesa por supuestas irregularidades en la concesión de subvenciones a entidades de su misma cuerda, como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, de la que fue portavoz, o la Alianza contra la Pobreza Energética. El carpetazo judicial al asunto concede un respiro a los comuns de Ada Colau a menos de un año de las elecciones municipales, previstas para mayo de 2023, en las que la regidora aspira a renovar mandato. El tercero.

-Los patinetes y las bicis me tienen harta. Más frita que una pijota -murmura la tía Delia, planchando con las ventanas abiertas de par en par por el implacable bochorno barcelonés.

En verdad, los últimos años han supuesto un maratón de querellas y denuncias interpuestas por hoteleros, fondos buitre y grandes empresas, como la compañía de aguas Agbar, contra medidas municipales referidas sobre todo al paquete urbanístico. ¿El interés público o el beneficio de tiburones privados? Este ha sido el gran dilema de la alcaldesa activista, la primera mujer en el consistorio barcelonés, desde que accedió al poder tras su victoria en las urnas al frente de Barcelona en Comú, el 24 de mayo de 2015, aupada por la crisis del ladrillazo y tsunami del 15-M, el movimiento de la indignación ciudadana. Parecía entonces que la ciudad, de talante progresista, volvía a ser la rosa de fuego rebelde, algo más amable que la de principios del siglo XX.

-¿Y qué me dices de los pisos turísticos? En cada escalera, una discoteca. ¡Si salen a la calle medio en cueros! Barcelona, tan señora ella, parece ahora Magaluf. Dónde se ha visto una alcaldesa okupa…

La tía Delia insiste cual tábano ebrio. Algunos sectores anticolauistas no le han perdonado que en su juventud compartiera espacios okupados y abrazara un movimiento que peleaba contra los desahucios, el mobbing inmobiliario y la gentrificación tras los Juegos Olímpicos del 92, un proceso por el que la bodega de toda la vida pasó a tener nombre en inglés y a triplicar los precios. «No tendrás un piso en la puta vida», era uno de los lemas que coreaba entonces. Desde sus tiempos en la facultad, donde estudió Filosofía, sumergida en la lectura de los existencialistas (Sartre, Camus, Beauvoir and company), Colau evolucionó desde el «pesimismo realista» hasta el «optimismo militante» de los movimientos vecinales. Una vez en el poder, no ha sido fácil plantar cara a hoteles y cruceros ni gestionar una ciudad de millón y medio de habitantes que recibía siete millones de turistas anuales antes de la pandemia.

Desde que retiró el busto del rey emérito de la sala de plenos del ayuntamiento, uno de sus primeros actos en el cargo, a Colau se le ha reprochado primar la gestualidad sobre los hechos. Así, con motivo del Día Internacional del Orgullo LGTB, ha vuelto a reivindicar su condición de bisexual (niño en el bautizo, novia en la boda, muerto en el entierro). Por lo menos, no puede negársele la fidelidad a sus principios, pues sigue llevando a la escuela pública a sus dos hijos, Luca y Gael, fruto de su relación con el economista Adrià Alemany, a quien conoció en la trinchera, en el movimiento V de Vivienda, cuando se vestía de superheroína de cómic. Sigue viviendo de alquiler, en el barrio de Sagrada Familia, y cada dos por tres tiene que salir a los medios para desmentir que se haya comprado un ático en Sant Gervasi, en el upper Diagonal.

-La ciudad huele a pis. Y los tironeros han vuelto por sus fueros.

La tía Delia sabe muy bien que la seguridad y la limpieza son las banderas que enarbola la oposición para minar a los consistorios de izquierda. Pero ello no significa que todos los detractores de Colau cenen a diario en el Via Veneto ni que su equipo de gobierno, cada vez más refractario a las críticas, acierte siempre. Los moteros están que trinan, por ejemplo. A nadie convencen tampoco el feísmo ni la utilidad del urbanismo táctico. Los indepes nunca le han perdonado que alcanzara la investidura gracias a los votos de Manuel Valls, exprimer ministro francés, candidato de Ciudadanos y desaparecido en combate. Y sus socios de gobierno, los sociatas de Jaume Collboni, le rebaten el modelo de ciudad… Ahí le duele. Quo vadis, Barcelona. ¿Crecimiento económico? ¿Frenesí turístico? ¿Medio ambiente? ¿O un equilibrio? Quienquiera que mande en la ciudad durante los próximos años deberá montar esa yegua, mal de su grado.

Ada Colau, el día que conoció, a finales de junio, que el Mobile World Congress seguirá celebrándose en Barcelona.

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