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Juan José Company Orell

La imbécil economía

Ilustración. INGIMAGE

Mis padres fueron siempre gente trabajadora, emigrantes mallorquines en la Argentina de los cincuenta y productores (denominación de los obreros en la España de los sesenta) en trabajos por cuenta ajena, quizá con escasa cultura de escuela porque ellos tuvieron que incorporarse al tajo con muy pocos años, pero jamás faltos de esa sabiduría, de ese sentido común, que solo da la vida, la experiencia cotidiana de laborar y hacer un uso prudente y adecuado de los dineros que esa actividad les reportaba. No recuerdo que en el hogar de mi niñez faltara jamás lo esencial, no todos los días había filetes de ternera, ni fruta de brillante limpieza pero en la mesa todos los días había comida que proporcionaba por igual el trabajo de mi padre, de no solo treinta y cinco horas a la semana, y las vueltas que daba mi madre por el mercado de Santa Catalina, antes que fuera lugar de esparcimiento de visitadores de allende de nuestras fronteras, para conseguir algún producto de igual calidad pero menor precio y así ahorrar a la economía familiar algunas pesetillas; mi madre llenaba la hucha de otras necesidades caminando.

Y por qué les cuento todo eso, pues porque estos días pensando que si mi madre y mi padre estuvieran todavía en este mundo serían unos estupendos gobernantes en comparación con los que sufrimos ahora, y para ello tan solo tendrían que seguir actuando con la economía de la nación, de la comunidad de igual modo y manera con que lo hacían con su propia economía familiar; primero la comida y luego la entrada para el cine; antes los gastos de medicina y si queda algo se cambian las cortinas del comedor; antes pagar los plazos de la lavadora y ya veremos si luego compramos un televisor construido en su casa por un licenciado de Radio Maymo. Mis padres, sin saberlo, obedecían cumplidamente el consejo de otro hispano emigrado, un cordobés residente en la metrópoli romana, que afirmaba que hay que comprar solo lo necesario, no lo conveniente, y que lo innecesario, aunque cueste un solo céntimo, es caro.

Dicen que dicen, que una de las causas por la cual no se encuentra personal para nuestro monocultivo turístico es la carencia en el parque de vivienda de alquiler en las islas, con precios factibles para esos trabajadores; y es muy posible que haya verdad en el aserto, aún cuando tengo alguna discrepancia con la exposición del teorema, pues si fuera cierto ello en su integridad significaría que no hay personas, residentes habitualmente en Baleares, sin empleo, pues carecen de esa nociva circunstancia. Puestos a teorizar, permítanme que me adentre en ese terreno; miren, no tengo ni idea del número de viviendas destinadas al alquiler social que tiene previsto llevar a cabo el Gobern de les Illes, y tampoco tengo idea de cuántas de esas residencias piensa llevar adelante el Gobierno Central, lo que sí sé seguro es que ni de cerca son las que se precisan; tampoco tengo información clara de cuál es el coste del metro cuadrado de construcción de una vivienda de calidades medias e higiénicas, aunque creo haber leído por ahí que ronda para una vivienda de unos setenta metros cuadrados sería de entre unos 70.000 a 80.000 euros; perdóneme los expertos si yerro en el dato.

Con lo anterior quizá fuera conveniente que los encargados de la cosa pública hicieran las cuentas tal como hacían mis padres y pusieran en una lado de la pagina lo que puede costar la construcción de una de esas viviendas públicas destinadas al alquiler social y en el otro lado de la ‘plagueta’ los gastos, que no llamaré inútiles, aunque lo piense, sino innecesarios como los que se despilfarran en algunas campañas publicitarias de distraída objetividad y luego procedan a la suma de esas cantidades solo convenientes para algunos en un solo año y cuando tengan averiguado el sumando, dividan esa cantidad por el coste medio de una vivienda y así podrán averiguar de cuantas viviendas de alquiler social han privado a las personas que realmente precisan de ellas.

Hagan Ustedes mismos un repaso de la cantidad de gastos innecesarios, inútiles, inconvenientes, no necesarios y hasta de una tontuna más que evidente, con la que los mandamases de la pública administración se enorgullecen en anunciar casi a diario y que se les ocurre con demasiada y letal frecuencia y comprenderán por qué resulta insultante que esa misma clase gobernante se lamente de la falta de viviendas para tal fin social. Los de por aquí le han quitado una coma a la frase de James Carville que se ha quedado en «es la economía imbécil», más coherente con su actuación en el priorizar el destino de nuestros dineros porque cuando se gasta más en lo superfluo con menoscabo de lo esencial se anda indudablemente en la dirección equivocada.

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