En aquel Sant Joan de 1976 yo tenía veinte años. Fue una fiesta rara, ya que poco tiempo después, el día de San Pedro, partía con la intención de recorrer España, solo y en autostop. Aquel 24 de junio tenía para mi algo de despedida y de bienvenida, lo recuerdo como si fuera hoy. Pocos días antes nos habíamos reunido grupos de jóvenes en otro festival musical que se celebraba cada año en Ciutadella. Antifranquismo. Aventuras. En estos tiempos de transición, para octubre, me esperaba la mili en un cuartel de Madrid. Veinte años, ufano de creer que la vida no terminaría nunca y que seríamos capaces de cambiar el mundo, como aún creo. Ese mismo 1976 vino Pedro Coll a Sant Joan. Era un mahonés que rondaba los treinta años. Vino con una Nikon. No era aún su herramienta de trabajo, era abogado, había estudiado Derecho en Salamanca y Barcelona y llevaba seis años ejerciendo. Sin embargo, su vocación era la expresión a través de la imagen, la fotografía. Era autodidacta y entonces se estaba planteando si sería una buena idea cambiar de oficio. Pedro cubrió todos los actos de la fiesta: el domingo des Bé, el caragol des Born, las completas en San Joan de Missa, la niebla de arena en Santa Clara, los ‘bots’ en la oscuridad de ses Voltes, el convite en el palacio del Caixer Senyor, con la alta sociedad local, en la madrugada del 23 al 24, los jocs de Es Pla, al atardecer del día 24… La mirada del artista fue captando los momentos que creía trascendentes. Sus fotografías documentan con precisión aquellas jornadas. Fue en es Pla, durante la suerte de la ‘ensortilla’, cuando se produjo el accidente. Como si lo estuviera viendo, todavía hoy. Un caballo al galope embistió a unos jóvenes, el caballo y el jinete rodaron por el suelo, la lanza rota en dos pedazos y algunas personas heridas. El riesgo forma parte de la fiesta. La falta de prudencia es una puerta abierta a la desgracia. Pedro vio cómo su Nikon F volaba y una vez recuperado y puesto en pie alguien la puso en sus manos, intacta. Para él, una conmoción y algunos rasguños de recuerdo. Ahí acababa, de momento, su inmersión en la fiesta. Unos años después, en 1982, persiguiendo completar la historia, regresó. Esta vez vio los juegos des Pla desde la terraza de un huerto privilegiado. En un instante fotográfico captó otro accidente, esta vez muy grave. Es la foto que acompaña al escrito. Ustedes podrán apreciar toda esta historia de emoción y riesgo si visitan la exposición Renou i Silenci, que hace unos días se inauguró en El Roser de Ciutadella y que estará abierta hasta el 2 de julio. En ella se muestra una amplia selección de sus fotografías, una exposición que ha sido acompañada con la edición de un libro que es una pequeña joya. Ahí, los de nuestra generación nos sorprenderemos al descubrirnos jóvenes, al reconocernos en las instantáneas de un tiempo pasado, al recuperar recuerdos camuflados en la maleza de los años, al rehacer los paisajes que nos daban forma, al confirmar que el riesgo no es cosa sólo de hoy. En la multitud aparecen amigos que un día dejamos de tratar, personas que dejamos de ver, compañeros que ya no están y jinetes que llenaban las calles con su imponente presencia. Lo que más me ha impresionado ha sido encontrarme con las imágenes des Pla lleno a rebosar y observar que casi todos los que allí estábamos éramos nosotros, nosotros mismos.