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Antonio Papell

Andalucía regresa al bipartidismo imperfecto

Moreno Bonilla celebra su victoria. José Manuel Vidal

Los ciclos políticos en condiciones normales se producen generalmente por el desgaste de los materiales ideológicos. Pero cuando el proceso socioeconómico evoluciona sinuosamente de crisis en crisis, el proceso político queda muy condicionado.

Aquí, hemos encadenado en las primeras décadas del milenio una gran crisis financiera y monetaria —la primera verdaderamente global de la historia— que se desató en 2008, con una gran pandemia sin precedentes en 2020, y con una inquietante guerra en Europa. Y este proceso imprevisible provocó unas elecciones generales anticipadas en 2011, con las que la ciudadanía pretendió gestionar la terapia de choque que la Unión Europea y las instituciones multilaterales nos habían dispensado, abriéndose una etapa que acabó el 1 de junio de 2018 con una moción de censura que descabalgó a un abrasado Mariano Rajoy que había convivido con la corrupción rampante de sus compañeros y había prestado a llevar la austeridad prescrita a límites insoportables.

En el curso de este tramo maldito 2008-2020, saltó por los aires el modelo parlamentario bipartidista que había surgido espontáneamente en 1982, cuando concluyó el experimento centrista de la UCD. Y mientras PSOE y PP se debilitaban, saltaron a la palestra Podemos, una fuerza populista de izquierdas, y VOX, la versión genuina del posfranquismo que, una vez olvidado el dictador por las generaciones emergentes, no tuvo empacho en recuperar su legado autoritario. También surgió Ciudadanos, un partido catch-all que recogió en buena medida el germen de aquel centrismo originario que se hundió a la llegada del PSOE a La Moncloa; C’s se suicidó de facto, sin embargo, el día en que se convocaron las segundas elecciones de 2019.

En este contexto, las elecciones andaluzas pueden interpretarse como un aldabonazo que marca el retorno de la política a sus cauces originales, a un bipartidismo imperfecto que tenía/tiene una apoyatura técnica indudable. La conocida ley del politólogo Duverger establece que los sistemas electorales mayoritarios dan lugar a un modelo parlamentario bipartidista (el Reino Unido o los EEUU), en tanto los sistemas proporcionales generan un modelo pluripartidista (Italia o Portugal); como corolario, puede afirmarse que los sistemas de proporcionalidad corregida (mediante la ley de Hondt en España) dan lugar a un bipartidismo imperfecto. En estos, existe un voto útil a las formaciones mayores, porque es matemáticamente constatable el mayor valor que adquiere el voto dirigido a estas (menos votos dan más rentabilidad política).

En Andalucía, la ciudadanía había sido alertada del riesgo que corría de ser manipulada por un partido de extrema derecha, Vox, que de facto ya facilitó la formación del gobierno saliente y ha mostrado su rostro en estos tres años de la última legislatura. Asimismo, el electorado, con su fino olfato, se ha percatado del desbarajuste abierto a la izquierda del PSOE, donde hay pocos soldados y muchos generales, y donde la lucha entre egos hace estragos. Y ha actuado con lacónica racionalidad: ha dado al PP mayoría suficiente para no depender de Vox (partido que no es más que retórica con naftalina si no tiene ocasión de influir), y ha reducido el batiburrillo de la izquierda a la mínima expresión: de 17 escaños a 7. Con la particularidad de que Por Andalucía y Adelante Andalucía, separados, han conseguido casi los mismos votos que Vox, que ha logrado 14 escaños. Y ello sin contar con el efecto impreciso pero cierto que ha tenido la fractura del espacio de UP, tan insolvente que ni siquiera fue capaz de terminar a tiempo las negociaciones para unir fuerzas y que no pudo evitar que se descolgase Teresa Rodríguez, deseosa –dijo- de liderar una fuerza «autónoma y andaluza». Dos únicos escaños son la respuesta airada de la ciudadanía al dislate.

El PSOE, todavía castigado por el caso delos EREs, no ha sido capaz de reconstruirse a tiempo, y ha acusado el desgaste general del partido a escala estatal, después de que el gobierno esté teniendo que capear graves crisis –la pandemia y la guerra de Ucrania, en plena amenaza de una recesión global-. Algo habrá de hacer Sánchez de aquí a las generales para remontar el vuelo. De cualquier modo, la sobriedad del electorado, gusten o no sus decisiones, es una garantía de futuro.

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