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Antonio Tarabini

Entrebancs

Antonio Tarabini

Contextos políticos y electorales

Poco puede sorprendernos ya la existencia de una masa de votantes indecisos

Estamos viviendo casi permanentemente en ambiente electoral y/o preelectoral. Estas líneas están escritas el pasado viernes, cuando las elecciones en Andalucía no se habían celebrado. Voy a dar por supuesto que las encuestas electorales acertaron en sus previsiones. Prácticamente todos los sondeos daban como vencedor al PP (en solitario o más probablemente con el necesario apoyo de Vox). Si ha ganado la derecha, coaligada o no, su horizonte principal serán las próximas elecciones generales. Moverán cielo y tierra para convertir los próximos meses en un clímax preelectoral permanente, generando, con causa y/o sin ella, inestabilidad e ingobernabilidad en la gestión política del gobierno de coalición vigente e intentando romper la actual mayoría parlamentaria, provocando un adelanto electoral. Si ganara el PSOE (muy poco probable) coaligándose con una izquierda diversa y plural podría significar un salto cuantitativo y cualitativo en la gestión de sus prioridades, siempre y cuando se mantenga viva y coleando la denominada mayoría diversa y plural. Sin duda habrá tiempo y ocasión para comentar los resultados y consecuencias de las elecciones andaluzas.

Lo que ahora pretendo es situar y ubicar los nuevos contextos políticos y electorales que han afectado y seguirán afectando a cualquier proceso electoral. Tales contextos han cambiado profundamente en los últimos años. Los expertos tienden a ubicarlo en un momento simbólico: el 15 M de 2011 calificado como el «movimiento de los indignados»; y la aparición de nuevas fuerzas políticas, no sólo en España, y en casi todo el ámbito ideológico. Los partidos clásicos perdieron relevancia o desaparecieron (Los democratacristianos, socialistas, comunistas…) y se sustituyen por nuevas fuerzas políticas que rechazan el nombre de «Partido» (Podemos, Vox, Ciudadanos, En Marcha, Francia Insumisa, Chega!, Movimiento 5 Estrellas, Hermanos de Italia y un largo etcétera). En España el bipartidismo ha muerto, aunque con características propias. Los partidos nacionalistas catalanes y vascos siguen vivos; los grandes partidos nacionales clásicos (PP, PSOE…) permanecen activos, pero para gobernar deben pactar con otras fuerzas de índole diversa.

En los últimos años se están produciendo, no solo en España, sino en todo el contexto europeo, una serie de cambios sociales y tecnológicos que, de una manera u otra, están teniendo una incidencia fundamental en el cambio electoral que vivimos. La pérdida de confianza/credibilidad de los partidos tradicionales afectados por su incapacidad de adaptarse al cambio, con un discurso basado en posicionamientos político-ideológicos obsoletos y acribillados por numerosos casos de corrupción, con una clase política que en el mejor de los casos genera desafección y una percepción de lejanía. «Si nos fijamos en nuestras democracias, la queja más recurrente es que los políticos van a lo suyo, que no tienen suficientemente en cuenta las opiniones de la gente. Los partidos se perciben como organizaciones burocratizadas, vulnerables a las presiones de los poderosos y poco permeables a las demandas ciudadanas. De ahí que tanta gente se resista a votar a los partidos tradicionales y busque otras opciones» (Ignacio Sánchez Cuenca). Además, existe la irrupción de una nueva masa de votantes jóvenes totalmente desconectada de los partidos tradicionales, básicamente porque sienten que estos partidos les han ignorado sistemáticamente, los cuales son propensos a ser captados por discursos simplistas provenientes de opciones políticas extremistas o que caen directamente en la abstención, y que hacen un uso permanente de las nuevas tecnologías y de las redes sociales las cuales han contribuido a ampliar significativamente los canales de comunicación político-electoral y con una capacidad de influencia sobre el electorado que no se tenía hasta ahora.

Las fuerzas autodenominadas alternativas no han conseguido hacer el sorpasso ni a la derecha ni a la izquierda y lejos de contribuir a pacificar el escenario político han generado un incremento de la crispación y la consiguiente fractura social que incide directamente en la distribución del voto en los procesos electorales.

¿Qué consecuencias tiene esto? Por una parte, la pérdida de masa electoral (léase fidelidad de voto) de los partidos tradicionales. Por otra parte, se produce una dispersión de voto que genera una atomización de partidos en el seno de los parlamentos, que dificulta la generación de mayorías estables. Incluso, a pocos días de las elecciones poco puede sorprendernos ya la existencia de una masa de votantes indecisos, no ya solo en si acudir a su cita con las urnas, sino una vez decidido participar no sabe a quién otorgar su confianza.

El voto se convierte en trasversal, volátil y cambiante en la relación a los comportamientos electorales clásicos (derecha-izquierda). No es extraño ver que antiguos votantes de la izquierda voten a la derecha y viceversa. A nivel estatal el gobierno de coalición (PSOE/UP), con sus desajustes, está planteando grandes medidas estratégicas especialmente en el ámbito socioeconómico, sin duda necesarias, pero con dificultades de comunicación hacia una ciudadanía ocupada y preocupada por el quehacer cotidiano. Por su parte, el principal partido de la oposición (PP) se limita al acoso y derribo sin ofrecer alternativa alguna. Esto es aprovechado por las supuestas nuevas «alternativas» especialmente en el contexto de la derecha extrema, Vox (aunque no solo), para ofrecer soluciones (?) falsas y simplistas, pero de fácil comprensión simplistas. Resumiendo, vivimos en un proceso permanente de desorden político y desconcierto ideológico.

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