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Carol Álvarez

‘Stranger Things’ contra el trauma

Quiso la casualidad que la esperadísima cuarta temporada de la serie de culto Stranger Things llegara al gran público en los días del salvaje tiroteo en Uvalde, Texas, que sesgó la vida de 19 niños y dos profesores. Era la semana que se cumplían 20 años del estreno del documental Bowling for Columbine que sacudió, luego vimos que no lo suficiente, conciencias en todo el mundo para denunciar el negocio del armamento y sus efectos sobre otra gran matanza en una escuela de Estados Unidos.

Si la película de Michael Moore no logró cambios importantes en las leyes, pese a la opinión pública y la carga emocional y racional que desplegó con la ayuda del cine, la masacre de Texas no tardó en diluir la contestación ciudadana con viejos y manidos argumentos: no sobran pistolas en las calles, falta salud mental. Y si sobra algo, sorpresa, son videojuegos violentos, cine violento, pero rifles y armas reales no, eso que siga inundando los barrios y las vidas norteamericanas. ¿Alguien puede entender esa lógica?

Así las cosas, Stranger Things se estrenó con unos rótulos especiales, introducidos contra reloj, en los que alertaba de que la serie muestra «violencia gráfica contra niños» para evitar daños a sensibilidades. Poco se valora que es quizá ese lenguaje cinematográfico, esa narrativa cultural la que más puede ayudar a los jóvenes a descifrar el mundo que les rodea, a sortear los momentos difíciles emocionales que van a atravesar a lo largo de su vida y que en cuanto tienen conciencia temprana, cuesta más asimilar.

La serie de los hermanos Matt y Ross Duffer es un destilado perfecto de lo que las ficciones audiovisuales han ido dando pinceladas aquí y allá, una maquinaria precisa con los acordes exactos, incluida la canción de Kate Bush Running Up That Hill de hace 37 años en el momento exacto para disparar el mensaje más certero que necesita captar un chaval.

El catálogo de sinsabores de la vida que va a transitar un adolescente está todo ahí: padres ausentes, violencia doméstica, desahucios, bullying, enamoramientos y desamores, incomprensión, ansiedad. El último barómetro juvenil de salud y bienestar de la FAD arroja unos datos más que inquietantes: el 44,3% de los adolescentes españoles encuestados han pensado alguna vez en quitarse la vida, y ocho de cada 10 admiten haber sentido malestar emocional en el último año. Una muestra que es solo la punta del iceberg de un problema que se ha disparado con el combinado fatal de la pandemia: aislamiento social, miedo a lo desconocido, abuso de tecnologías que llevan a la adicción.

¿Qué son los jóvenes protagonistas de Stranger Things sino chavales desbordados por un fenómeno que no comprenden, unas relaciones que no logran decodificar, un peso emocional que les hunde y les persigue, que no saben explicar y aun menos compartir? La empatía, el ponerse en el lugar de otro, es el método rey para desatascar las emociones, y la angustia pandémica tiene su espejo dramático en un virus de otro mundo que se expande y contagia si no tienes un remedio para inmunizarte. La amistad de Stranger Things como receta no es un mal remedio, por muchos disparos y sangre y muertes que rodeen la trama de la historia.

Pero si hay una inmunidad de grupo posible, la mejor con la que podemos soñar es la que inocula el récord absoluto de horas de visionado de la serie: según Netflix, pulverizó los registros en un primer fin de semana de estreno con 286,79 millones de horas en todo el mundo, mientras la canción himno que cierra el capítulo 4 y rescata a la ochentera Kate Bush compite en el Top de Spotify con Bad Bunny y Harry Styles. Toda una promesa de futuro contra el trauma adolescente.

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