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Antonio Papell

El riesgo de un «aterrizaje forzoso»

El gran problema económico actual en los Estados Unidos, en la Unión Europea y en las demás economías avanzadas es el alza imparable de la inflación, que desborda todas las previsiones y que supera la mayor parte de los escenarios antiguos, aunque, según prestigiosos economistas, podría ser la antesala de un síndrome estanflacionario grave que acabe desembocando en una gran recesión.

Nouriel Roubini, profesor emérito de Economía y antiguo asesor de la Casa Blanca en tiempos de Clinton, acaba de publicar un trabajo titulado No apueste por un aterrizaje suave en el que dibuja con inquietante claridad el panorama actual y las expectativas que nos aguardan. Recuerda Roubini que en 2021, ya al final de la gran pandemia, se produjo un debate internacional entre quienes discutían si la potente inflación que comenzaba a asomar sería transitoria o persistente. Los primeros aseguraban que el problema se debía a dificultades de suministro, a cuellos de botella temporales en la provisión de componentes industriales, etc., por lo que se regresaría a la estabilidad de partida en cuanto se normalizaran la producción y el comercio mundiales. Los pesimistas, entre los que estaba el propio Roubini, pronosticaron que la inflación se mantendría alta porque la economía se estaba recalentando merced a una demanda agregada excesiva, causada por la confluencia de tres elementos: políticas monetarias relajadas, estímulos fiscales excesivos y una gran acumulación de ahorro de los hogares durante la pandemia. Además, los confinamientos y los bloqueos produjeron importantes interrupciones de los suministros a las cadenas de producción y redujeron la oferta de trabajadores, que ya estaba muy ajustada en los Estados Unidos.

En esas estábamos cuando llegó la guerra de Ucrania, que ha provocado una gran crisis energética con incrementos exorbitantes en los precios, así como una crisis de alimentos y materias primas que también ha reducido significativamente la oferta, ha elevado los precios, ha reducido la actividad por falta de suministros y en definitiva ha reforzado la inflación. A ello hay que sumar el efecto de la respuesta cero-COVID de China a la variante ómicron, que ha agravado los problemas en las cadenas de suministros de componentes.

En estas circunstancias, los bancos centrales se ven impelidos a actuar, pero su papel se encierra en un pernicioso círculo vicioso ya muy conocido. El dilema es este: si la preferencia de los bancos centrales es la lucha contra la inflación y la evitación del anclaje perverso entre salarios y precios, tendrán que reducir gradualmente las políticas expansivas y aumentar los tipos de interés, lo que muy probablemente provocará lo que Roubini llama «un aterrizaje forzoso», es decir una estanflación que se deslizará pronto hacia la pura y simple recesión.

Si, por el contrario, los bancos centrales optan por mantener el crecimiento y el empleo, tendrán que aplicar las referidas políticas mucho más lentamente, con lo cual deberán resignarse a que la inflación continue desbocada durante demasiado tiempo, lo que también nos conducirá inexorablemente a un «aterrizaje forzoso».

Este planteamiento requiere tener además en cuenta el alto endeudamiento global, público y privado, del planeta que asciende al 348% del PIB. En estas circunstancias, la subida de tipos de interés podría desencadenar el hundimiento de los mercados de bonos, acciones y crédito, lo que obligaría a revertir las medidas y a volver a quedar a la intemperie.

En este marco, uno no quisiera estar en la piel de los responsables de las políticas monetarias, que con toda probabilidad navegarán entre los dos polos mencionados tratando de minimizar daños y maximizar beneficios. Lo que ocurra dependerá en gran medida del curso de la guerra de Ucrania, ya que solo la paz permitirá normalizar un tejido global interconexionado cuya fractura no estaba prevista. Este tendría que ser el principal objetivo político, que debería ir seguido de corolarios obvios: los países desarrollados han de avanzar rápidamente por el doble camino de la autonomía energética y la descarbonización, y la globalización industrial ha de protegerse de los cuellos de botella previsibles que puedan reaparecer. Y estas tareas han de empezarse cuanto antes ya que cuanto más y mejor se normalicen la producción y el comercio, antes saldremos de este peligroso atolladero.

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