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Albert Soler

Limón & vinagre | Thibaut Courtois (Portero del Real Madrid)

Albert Soler

Limón & vinagre | De Gaulle en el lado malo

Thibaut Courtois besa el trofeo de la Liga de Campeones, competición que ganó el Real Madrid en París el pasado sábado. DYLAN MARTINEZ/REUTERS

Es una lástima que los porteros ya no jueguen con gorra. Tampoco con rodilleras, pero eso no importa. Si jugaran con gorra, el parecido de Courtois con el general De Gaulle ya no sería asombroso, como ahora, de hecho, ni siquiera sería un parecido: serían la misma persona. A Courtois le pones un quepis y desde ese preciso momento es Charles De Gaulle quien defiende la portería del Real Madrid y hace llamamientos a no rendirse jamás. Esa nariz gigantesca que culmina un cuerpo altísimo y desgarbado que se mueve como una cigüeña en tierra, merece ser coronada por un quepis, gorra militar cuyo origen, cómo no, es belga.

El pasado 28 de mayo, Courtois ganó la Champions. Quiero decir que fue él quien la ganó para sus compañeros. Mientras estos veían pasar por su lado a los jugadores del Liverpool como si estuvieran llevando a cabo un blitzkrieg perfectamente planeado, el portero belga se empeñó en resistir el bombardeo a que estaba siendo sometido el Real Madrid, parando lo imparable, llegando a donde nadie podía llegar, desquiciando a la artillería enemiga. Como el general francés, parecía ser el único que creía en la posibilidad de victoria final. Le faltó solamente hablar desde Radio Londres para animar a sus compañeros a resistir, y temo que hasta eso hubiera hecho de haber sido necesario: «¿Se ha dicho la última palabra? ¿La esperanza debe desaparecer? ¿La derrota es definitiva? ¡No!». Se empeñó en la victoria y no paró hasta conseguirla, entrando triunfante en París, dónde si no.

El problema de Courtois no es deportivo, ni siquiera de actitud. El problema de Courtois es no saber cuál es el lado bueno de la historia. Mejor dicho, su problema es creer que el lado bueno de la historia tiene algo que ver con la victoria o la derrota. El chico es joven, démosle tiempo, también De Gaulle tardó años en comprender lo difícil que era gobernar un país que tiene 246 variedades de queso.

-Ahora estoy en el lado bueno de la historia -dijo Courtois, simplemente porque se veía con más opciones de ganar la Champions en esta ocasión que cuando lo intentó con el Atlético de Madrid.

A sus antiguos compañeros no debió de gustarles mucho que Courtois los situara en el lugar equivocado de la historia. Y mucho menos a los seguidores atléticos, algunos de los cuales lo demostraron arrancando la placa que el portero tenía en el paseo de las leyendas del club rojiblanco, que debe de ser una especie de Teatro Chino pero con las huellas de Arteche en lugar de las de Charles Bronson, por nombrar a un par de similares.

Años atrás, en una celebración del atlético, soliviantó a los merengues que ahora lo adoran, cantando desde el balcón del ayuntamiento de Madrid «...y a los madridistas que les den por el culo». Esa costumbre de meterse en jardines que posee el bueno de Courtois en cuanto abre la boca, debe ser atribuida a su juventud, a veces olvidamos que los futbolistas, incluso los mejores -y Courtois pertenece a esos elegidos- son solo chicos que han nacido con una habilidad en concreto. Ni siquiera con dos. Ni siquiera con una y media. Además de joven, es belga, así que lo de mear fuera de tiesto se puede considerar casi como una idiosincrasia personal, en alguien natural de un país cuyo símbolo más conocido es el Manneken Pis.

Los belgas son una gente peculiar, puede salir de ahí alguien tan asexuado como el reportero Tintín, y también un escritor como Simenon, tan prolífico con las letras como con el sexo, tan rápido con la máquina de escribir como bajándose los pantalones. Pero ambos, grandiosos en lo suyo. Como Courtois.

Creer que uno está en el lado bueno de la historia cuando gana y no cuando pierde, es no haber entendido nada. Es no haber conocido el sabor auténtico de la derrota. En Defensa de la derrota, el negro Fontanarrosa le recuerda al perdedor que no deberá llorar. Nunca. Tal vez apretar fuertemente la mandíbula, solo un instante. «Sentirá entonces, en el pecho, detrás de los labios, un escozor denso y aguachento. Será el romanticismo que envuelve en una gasa tenue todas las derrotas. No habrá ni un solo amigo. Ni uno. O tal vez uno, que respetará el momento, el silencio, la tristeza, que dejará caer casi con temor, o con respeto, una palmada leve sobre el hombro, como temiendo romper algo». Si Courtois pudiera hablar con su sosia francés, con el antiguo general victorioso frente a los alemanes, con el político que refundó Francia, este le confesaría que fue en Colombey-les-Deux-Églises, ya viejo y derrotado -no por los alemanes sino por la historia-, esperando el final, cuando se sintió más querido, cuando supo que, esta vez sí, estaba en el lado bueno. Tiempo le queda a Courtois para entenderlo.

Thibaut Courtois besa el trofeo de la Liga de Campeones, competición que ganó el Real Madrid en París el pasado sábado.

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