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Juan José Company Orell

Algunas mujeres buenas

Paz Esteban

Los que me conocen una miagíca saben de mi pasión por el cine y de mi irrefrenable tendencia a buscar, y casi siempre encontrar, similitudes entre lo que nos rodea y el mundo del celuloide, es superior a mí. Y con el asunto de las escuchas y del cese de la otrora directora del CNI y los acontecimientos que le han precedido y seguido la cosa me ha resultado sumamente facilona.

Del asunto en sí, de sus entretelas y entresijos, no puedo decir mucho toda vez que esos asuntos son llevados, como bien sabía David John Moore Cornwell, más conocido por su nombre de guerra, John Le Carré, aun cuando sea por aquello de que lo que sucede en esa galaxia de secretismo llamada comunidad de inteligencia los asuntos suelen ser llevado en silencio, con obligada discreción. Y el cese de la Sra. Esteban no ha conseguido escapar a esa necesaria falta de claridad; el baile de denominaciones de mi admirada Margarita Robles en un intento, a mi modesto entender fallido, de aclarar el porqué de la no continuidad, esta definición no se les ocurrió, de la exdirectora del CNI conduce a mayor confusión, así que simplemente me acogeré a lo escrito de forma oficial en el BOE, o sea el cese de Doña Paz.

Y en ese cese, de misteriosas causas por no sabidas, percibo similitudes nada escasas con aquella película de 1992, A Few Good Men, de ahí titulo de estas líneas, trocado en lo de mujeres, no porque me anime una desmedida corrección política o una caída del caballo de camino al Damasco inclusivo, sino porque tal parece que la mayoría de los protagonistas de ese vodevil de primavera son féminas, la Ministra Robles, la ya no directora del CNI y la nueva en la plaza, Esperanza Casteleiro; aún cuando en este caso las protagonistas se entrecruzan y aún se encargan de más de un rol.

En aquel film existen tres visibles víctimas de la trama, el asesinado soldado Willi Santiago, pero también los soldados Dawson y Downey, quienes simple y llanamente obedecen órdenes recibidas de la superioridad; también aquí el Código Rojo, si se me permite llamarle así, se ha aplicado de arriba abajo, al parecer con una sola víctima por el momento, que es al tiempo quien lo ha llevado a cabo en obediencia de instrucciones recibidas y quien padece sus consecuencias, a lo que se suma la apariencia de que quienes han dado las ordenes, al igual que en la película, pueden observar con tranquilidad que los que solo acataron sus directrices, sus ordenes, se vean culpabilizados y puestos en la picota pública y política por su sola condición de obedientes. Es de suponer que la Sra. Esteban, al igual que los marines de la película, guardará silencio de lo mucho que sabe y que obedecerá su propio código de honor, aún cuando ello les conlleve desgracia y oprobio, a esa conducta se la denomina, se le denominaba, lealtad, fidelidad con lo prometido, que son conductas ahora consideradas por muchos inservibles e inútiles. Admito que a mí personalmente me encantaría saber más, conocer en profundidad el asunto, pero no solo la espuma, los papeles, también me gustaría tener a la vista el producto de las intervenciones telefónicas, de unos y de otros, seguramente lo hablado por los investigados, escuchados en Madrid y en Barcelona sería de no poco goce y sorpresa de la ciudadanía y daría para unas cuantas tardes de gloria.

Por su parte el oficial peliculero, Teniente Kaffe, actúa en el lugar de los que aquí y ahora exigen saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, haciendo preguntas que sabe peligrosas para su futuro y que es consciente de que no van a tener respuesta, porque los que saben no pueden, no deben contestar y que, en nuestro caso, van más encaminadas a sustentar las necesidades políticas o personales de los preguntadores que a otra cosa.

Curiosamente el único rol que no ha aparecido en el escenario de este nuestro teatrillo de Mayo es el del Coronel Jessup, en este caso las preguntas del Teniente Kafee en busca de su verdad, siguen sin respuesta y quizá esté en la naturaleza de las cosas de los servicios de inteligencia que así sea; en este asunto del fisgoneo tanto en el asunto de la vigilancia, que no espionaje, telefónica a algunos ciudadanos con tendencias digamos fugaces como en el más vidrioso y preocupante caletre de algunos en la captación de información de los teléfonos del Presidente del Gobierno y de sus Ministros de Interior y Defensa, seguimos sin saber quién está detrás de este Código Rojo a la española, de quien es la mano que mece la cuna; a los ciudadanos del común nos queda la sensación de que nuestro propio e invisible Coronel Jessup nos sigue contestando con su exabrupto fílmico: «You can’t handle the truth», léase «no tenéis derecho a la verdad».

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