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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

«¿Explicaciones de qué?» y «¡viva el rey!»

Los eslóganes del momento vienen reforzados por signos de exclamación y de interrogación, como si el blindaje de la monarquía se extendiera a sus expresiones jaculatorias. Se insulta a Felipe VI con un «¡Viva el Rey!», porque el grito de ordenanza se le extiende a su padre, en teoría desaparecido de la escena. Más curioso resulta que Núñez Feijóo hable del «Rey» sin matización alguna en referencia al Emérito, dado que es el presidente de uno de los partidos no discriminados por La Zarzuela en sus comunicados.

«¡Viva el otro Rey!» hubiera resultado más apropiado, pero el Emérito siempre puede excusarse en que es receptor y no emisor del mensaje. La preocupación se acentúa cuando en medio del barullo de Sanxenxo, tan peligroso para la institución, se escucha claramente a Juan Carlos I esbozando un desafiante aunque irónico «¿Explicaciones de qué?». Al margen de comprobar que se ha contagiado del acento gallego, el interrogante retórico no solo demuestra una desconexión absoluta y castiza de la realidad, sino también un bofetón colectivo a sus investigadores.

En el paréntesis entre la Eurovisión de Chanel y la Champions de Benzema se ha colado el festival de Juan Carlos I, desenfadado y dispuesto a responder a todas las preguntas que hurtó durante cuarenta años de reinado, aunque la réplica también lleve signos de interrogación. Lo que nos habían contado del otoño del patriarca en Arabia se ha quedado corto. Para el sosiego propio y del Estado que encabezó, hubiera sido preferible una estancia más retirada, como sus antepasados Carlos I en Yuste o Felipe II en El Escorial. El bullicio populista del monarca también daña su legado, le favorecía más la imagen de anciano desorientado que el perfil de astuto dinamitero de la Familia Real de su hijo. Y dado el acusado instinto de supervivencia que define al Emérito, sabe mejor que nadie que un «¡Viva el Rey!» denuncia los fervores plebeyos tornadizos, porque pone en juego la alternativa mortal. Ya solo falta averiguar si «¿¡El daño está hecho!?»

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