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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Yo es que no lo entiendo

Llevamos años pidiendo que a las mujeres se nos valore por nuestro talento, ya sea literario, musical, arquitectónico o culinario. ¿Dónde queda el culo ahí?

El pasado sábado, a los ojos de media España colgada del televisor, Chanel quedó en tercera posición en Eurovisión. Nadie había logrado ese puesto desde mil novecientos noventa y cinco, me cuentan los eurofans con los que convivo. La verdad es que visto así es todo un triunfo, pero me van a disculpar la acidez del artículo porque yo es que no lo entiendo.

Nunca me gustó SloMo como canción candidata al festival. Me gustaba mucho más (para gustos, colores) la canción de Rigoberta Bandini ¡Ay, mamá!, cuya letra, además de entendérsele al cantar, era un himno hacia la feminidad y la lactancia. Sin embargo, la composición de Chanel, a mi juicio, perpetuaba un estilo musical del que «aparentemente» venimos huyendo: «Llegó la mami/la reina/la dura/una Bugatti/el mundo está loco con este body/si tengo un problema no es monetary». «Te gusta tó lo que tengo/te endulzo la cara en jugo de mango/se te dispara cuando la prendo/hasta el final no me detengo».

Y claro, cuando yo escucho y leo entre líneas esta canción siento que es un retroceso. Llevamos años luchando por la igualdad, pretendiendo descosificarnos, yendo en contra de todo aquel (o aquella) que solo vea en nosotras un cuerpo. Hemos criticado las letras de Bad Bunny, de Maluma o de Anuel precisamente por ser machistas. Ah, pero si la que lo canta es una mujer, entonces sí vale, porque se está empoderando. Pues fíjate tú que esa canción a mí no me empodera.

Otra de las cosas que me sorprendió fue la puesta en escena. Soy muy partidaria de que cada mujer se ponga lo que le dé la gana y que no se le juzgue por ello. Como si queremos ir desnudas por la vida. Perfecto. Pero tampoco entendí el vestuario de la actuación. ¿Era necesario que Chanel fuera en tanga? Vuelvo al punto de partida. Llevamos años pidiendo que se nos valore por nuestro talento, ya sea literario, musical, arquitectónico o culinario. ¿Dónde queda el culo ahí? Porque culinario viene de culina, que es cocina.

Saben qué pasa. Que estoy cansada de tanta hipocresía. Que si esa canción la hubiese compuesto un hombre, si la hubiese representado un hombre y el cuerpo de baile hubiese estado hecho de mujeres bailando en tanga -ojo al dato, los bailarines iban bien tapaditos; por no vérseles no se les veía ni el antebrazo- todas habríamos alzado la voz denunciando el patriarcado, el machismo, la cosificación de la mujer y no sé cuántas cosas más. Pero la cantó una mujer y entonces todo vale.

No hace falta cantar que estamos calientes y hacerlo meneando el culo en tanga para sabernos mujeres sexualmente activas o dueñas de nuestra sexualidad. Cada vez me siento más lejos de este nuevo feminismo en el que las cosas valen según de quiénes vengan y en el que seguimos repitiendo patrones, pero como somos las mujeres las que los reproducimos, entonces se consiente. Es como si aceptásemos el maltrato cuando viene de dentro (de las mujeres) pero no de fuera (de los hombres).

Otra de las curiosidades es que a Rigoberta se le criticó por mostrar una teta y a Chanel se le premia por enseñar el culo. ¿Soy yo o es que aquí hay cosas que no cuadran? En fin. «Y no se cofundan, señora y señore», eso no es feminismo.

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