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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El alcalde se queja amargamente de los vecinos

El alcalde Hila, ese señor tan educado y trabajador, se ha quejado amargamente de los vecinos de Santa Catalina. Demuestra con ello ser un dinamitador de tópicos. El tópico ha consistido siempre en que los vecinos se lamenten del funcionamiento del Ayuntamiento y de las empresas municipales; ya se sabe, que si la burocracia; que si la limpieza de las calles; que si los contenedores de la basura hieden; que si se preocupan más de recaudar con las multas que de mentalizar al ciudadano; que si no se ve a la policía municipal; que si la campaña de la poda se ha retrasado; que si el precio del agua figura entre los más altos del país; que si el impuesto de bienes inmuebles es elevado; que si la frecuencia del autobús es baja; que si cuando llueve se tienen que cerrar las playas; que si morirse es carísimo; que si los mayores están olvidados en las gestiones con tecnología; que si en los aparcamientos municipales se tiene que pagar con tarjeta y no con efectivo; que si los patinetes y las bicicletas transitan sin pudor por las aceras; que si la mendicidad; que si… En fin, la vida cotidiana en una ciudad es tan compleja y tan rica en circunstancias que, por mucho que se apliquen los transitorios gobernantes, por muy bien que intenten desarrollar su labor, siempre habrá algún motivo de queja.

Por eso mismo, cuando se dan hechos que no suponen una circunstancia ocasional, sino que se convierten en algo crónico que altera esa misma vida cotidiana y la transforma en un infierno, donde la vida normal y el descanso al que se tiene derecho ya no son posibles, las quejas ya no son algo individual sino colectivo. Es lo que parece que ha ocurrido en algunos barrios como Santa Catalina o el Jonquet, cuando el ocio, el negocio y lo residencial no se complementan, sino que se repelen. No parece que las quejas vecinales sean desmesuradas cuando hemos tenido la oportunidad de acceder hace unos días, sin acudir a Pornhub, a vídeos de sexo en streaming en el Jonquet, captados por el móvil de un vecino perplejo. He contado alguna vez la anécdota de un conocido de juventud al que pilló la Guardia Civil practicando sexo en un rincón oscuro, que reaccionó balbuceando «¡ha sido sin querer!». No, a plena luz de las farolas se practica sexo en el Jonquet, y los protagonistas no son hooligans extranjeros, sino indecorosos nacionales. Por cálculo de probabilidades es imposible que haya sido un caso aislado. No parece que las libertades, incluida la sexual, tengan que estar en litigio con el decoro público que el Ayuntamiento tiene la obligación de hacer guardar. Pues bien, parece, a todas luces, que los vecinos de estos barrios no se quejan de vicio, sino del vicio y de indolencia municipal. En esas estábamos, cuando el alcalde, ese señor tan educado, rompió una regla sagrada: la de que el cliente, en este caso el ciudadano, siempre tiene razón. Aunque no sea verdad, éste es el sagrado principio de todo negocio con voluntad de permanencia. En este caso el negocio de la política, o sea el trabajar para los ciudadanos con la esperanza de merecer su confianza y renovar el cargo político. Es que, además, en este caso, no por la regla, sino por la verdad fáctica, los ciudadanos tienen razón. Si, además, el educado alcalde recurre a una hipérbole absurda, es decir a la mentira, como es el caso: «Los vecinos de Santa Catalina denuncian hasta que la gente pasea por la calle, y no es delito», entonces es que ha perdido los papeles. No sólo rompe con un principio sagrado; también, para justificar su indolencia, pretende ridiculizar a unos quejicas que no le dejan hacer el trabajo a su gusto. Pretenden, ¡lo que hay que ver, decirle a la autoridad cómo tienen que hacerse las cosas! Que si no se ve a la policía; que si no se debe patrullar en coche; que si no se ve ningún uniforme; que si no se deben dar licencias para más de tres bares en 50 metros, etc.

La señora Truyol defiende al Ayuntamiento diciendo que la reforma de usos de 2017 no contemplaba la prohibición de ampliaciones de bares y es por eso que, siendo las licencias actos administrativos reglados, no le quedaba otra opción al Ayuntamiento que dar esa polémica licencia que ha soliviantado aún más a los vecinos. Puede que eso sea así, pero los políticos que mandan ahora son los mismos que había en 2017, entonces también figuraban destacados esos próceres, como Hila, como Noguera, el alcalde republicano, como Truyol. Dice Arca, una entidad que se ha destacado históricamente en defensa del patrimonio y de los vecinos: «cuando se publicó la norma de no más de tres bares en un radio de 50 metros, pedimos que no se pudieran ampliar los existentes. Tampoco nos escucharon. La culpa de que Santa Catalina y el Jonquet sean un núcleo de incivismo es de la nefasta gestión municipal». Arca lo ha vuelto a hacer con la reforma de Nuredduna y la absurda conversión de un tramo de la rotonda de la plaza de las columnas en carriles de doble sentido. En esos ten con ten de la administración municipal con los vecinos, se ha dibujado un perfil de los políticos municipales más cercano a la arbitrariedad dogmática de un poder que la de un poder sensible a las demandas ciudadanas.

Puede que dé más satisfacciones el postureo ideológico de este Ayuntamiento, sea con pancartas LGTBIQ+ o con los desheredados de la tierra en el balcón de Cort, que con la ardua y a veces poco recompensada labor de gestionar bien lo publico; de dedicarse al mantenimiento de equipamientos e infraestructuras acometidas por otros políticos de los que nadie se acuerda; de repintar farolas y barandillas para que no se oxiden; de asegurar la puntualidad de los autobuses de la EMT; de garantizar la presencia inmediata de la policía ante una denuncia telefónica por ruido; de limpiar de pintadas fachadas públicas y privadas; de celeridad en la concesión de licencias de obra y de actividad; de tantas y tantas actuaciones sin relumbrón pero que hacen del vivir en la ciudad la certeza para los ciudadanos de sentirse seguros, protegidos, cuidados en sus necesidades. Éstas y no otras son las prioridades para los ciudadanos, las que condicionan la calidad de sus vidas, sean LGTBIQ+ o binarios; las que deberían grabar en sus cerebros los concejales. Hila, que dijo que aprende de sus errores y que agradece la crítica de la oposición, debería disculparse y hacer extensiva esta profesión de fe democrática a los ciudadanos de a pie, de Santa Catalina y el Jonquet; y patearse estos barrios, cuando ruge la marabunta.

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