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Antonio Papell

La vuelta del emérito

Nos hemos enterado a través de conocidos y caracterizados periodistas —no de fuentes oficiales de Zarzuela— de que el rey emérito regresa a España para participar en unas regatas náuticas en Galicia. Tras el archivo por la fiscalía de las denuncias pendientes, ya se había manifestado que don Juan Carlos seguiría residiendo en el extranjero pero visitaría de tanto en cuanto a su familia y a su país. También se ha conocido que el rey Felipe visitó esta semana Abu Dabi, la capital de Emiratos en que reside don Juan Carlos, pero ambos solo hablaron telefónicamente, lo cual, es, como mínimo, una ocurrencia: comunicarse con Abu Dabi desde cualquier lugar es tan fácil como hablar con Hellín o con Alcobendas, por lo que se entiende mal que para hablar con alguien que se halla en Abu Dabi haya que estar en Abu Dabi. En términos políticos, no es difícil de entender que don Juan Carlos es para don Felipe un colosal engorro.

La exoneración del emérito no ha sido todo lo honorable que cabía esperar, ya que la fiscalía deja claro que se exime a don Juan Carlos de responsabilidades antiguas porque gozaba de inviolabilidad en el momento de cometer las presuntas infracciones. De hecho, el presidente del Gobierno, al conocer la desimputación, volvió a decir que la ciudadanía espera explicaciones de don Juan Carlos. El 8 de marzo pasado, cuando el emérito escribió a su hijo para comunicarle que residiría en el extranjero con frecuentes viajes a España, Sánchez volvió a manifestar esta necesidad de transparencia. Para el jefe del Ejecutivo, Juan Carlos de Borbón debe «aclarar el contenido del informe de la Fiscalía, que retrata una serie de conductas» que se abstuvo de calificar.

Generosamente, ha sido don Felipe quien ha aclarado asuntos dinerarios propios en aras de la necesaria transparencia: el 26 de abril, el Rey publicaba su patrimonio personal, poco antes de una reforma de la normativa con que se rige la Casa del Rey. Con anterioridad, don Felipe ya había renunciado a cualquier herencia de su padre que pudiera corresponderle, aunque el gesto es simbólico (no se puede renunciar a lo que aún no existe). Pero nada conocemos del patrimonio familiar de don Juan de Borbón, si es que lo posee, como le atribuye la prensa internacional y alguna fuente española que no ha sido desmentida (el silencio tiene cierto valor indiciario).

Con todo ello, quiere decirse que Felipe VI ha afianzado con su actitud y con su ejecutoria la institución, sistemáticamente apoyada por los llamados «partidos de Estado», que por cierto ya comparten espectro con bastantes formaciones más. Pero está pendiente, sigue estando pendiente, la revelación de la biografía financiera del monarca anterior (la sentimental no nos interesa), que en algún momento habrá de salir a la luz y que permitirá a los cronistas e historiadores completar la biografía del Borbón que instauró el régimen constitucional actual, y a quien se le debe por ello objetiva gratitud.

En unos meses de 2013 y 2014, previos a la abdicación, la familia del Rey y el propio Rey tuvieron la desagradable experiencia de sufrir la hostilidad en las calles. Hoy, don Felipe y su círculo más íntimo han recuperado la popularidad y el afecto de la ciudadanía. Pero don Juan Carlos no ha sido aún rehabilitado por la opinión pública, por lo que Zarzuela, de común acuerdo con el Gobierno, debería trazar una hoja de ruta que convierta las incertidumbres en certezas. La idea del emérito de residir hasta el fin de sus días en Abu Dabi, en un ambiente exótico de lujo asiático (y nunca mejor dicho) es una posibilidad recomendable, cuya financiación debería también aclararse. Pero ese ir y venir pulsátil y desarticulado entre España y Emiratos producirá un desgaste innecesario a la Corona, que seguirá teniendo un cadáver en el armario.

Mitterand le dijo una vez encolerizado a un ministro que los personajes públicos no tienen estados de ánimo. Los Reyes tampoco pueden disponer completamente de su vida privada, ni aun después de reinar. Quien ha representado al Estado tiene que se congruente con aquella sublime prueba de confianza, que en este caso no se ha visto suficientemente correspondida.

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