Ahora hace dos años, concretamente un 14 de mayo, en mi Facebook colgué la fotografía que ilustra este artículo, lo que me remueve y me motiva para escribir de nuevo como testimonio y homenaje a los 130 médicos fallecidos por y en la pandemia. Es un aniversario killer, pero es un buen momento para volver a colgarse crespones en los corazones en recuerdo de todos los sanitarios y no sanitarios muertos, con mención especial a los médicos fallecidos. De ellos, muchos profesionales de la abnegada y no reconocida, en su valía y tarea, Atención Primaria.

Es una fecha para que nuestra memoria y agradecimiento los siga honrando por su ejemplaridad y compromiso. Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos. Ya nunca volverán a estar ahí. Murieron de servicio, al pie del cañón y con las botas puestas. Por estar ahí diagnosticando, tratando, aliviando, consolando y cuidando tan próximos a sus pacientes, no están ahora aquí.

Nadie se imagina el momento en que los médicos trasmitían por teléfono a los parientes la muerte de su familiar, del cual no habían podido despedirse. Eran minutos heroicos, donde la empatía se vehiculizaba a través del silencio compartido y fértil. El colectivo médico ha sido, con mucho, la categoría más castigada, y no hay Alzheimer tan amnésico que nos logre hacer olvidar la ejemplaridad, el espíritu de sacrificio y los valores de nuestros 130 compañeros fallecidos. Dato demoledor. Numero pandémico. Cifra bélica en un contexto de paz.

Los médicos afrontaron una gran crisis sociosanitaria sin protección, en la primera y segunda ola, sobre todo, y con la variante más asesina del Covid haciendo estragos. Aquí en Balears, tres colegas enterrados y varios de los supervivientes con secuelas persistentes. La sangría fue insoportable, ya que hablamos de un escenario sanitario y no, reitero, de un escenario de guerra. Es inconcebible que esto haya ocurrido en la España del siglo XXI.

Las comparaciones son odiosas si los referentes son la mayoría de los países de la Unión Europea. No me mueve el resentimiento ni estoy enganchado a un duelo patológico, pero no me consta que en las recurrentes y obscenas ruedas de prensa desde el pulpito gubernamental del innombrable experto-portavoz-altavoz se hiciera ninguna mención a los colegas muertos por la pandemia. ¡Cómo nos sobraron las simonadas narcisistas y manipuladoras del portavoz de Gobierno! ¡Cuántos agradecemos su silencio! Si había que ocultar a los muertos reales, cómo no iban a hacerlo con los abnegados médicos que morían en un goteo trágico e interminable, sin protección alguna.

Fue muy duro y no hay callo mental para soportar tantos muertos y compartir con sus familiares su dolor. El gran coste en vidas dice mucho de cómo fueron cuidados los profesionales por el sistema sanitario. Es el mejor indicador del compromiso y la profesionalidad del colectivo y, por otra parte, delata y denuncia la insoportable levedad e irresponsabilidad de una imprudente y mediocre administración sanitaria.

Las imágenes de cómo fueron equipados y protegidos los profesionales dañan la retina y es una ulcera permanente en la niña de los ojos de cualquier ciudadano bien nacido. Estas imágenes tatuarán nuestra memoria por mucho tiempo. Cuando nuestra alforja estaba repleta de dolor, miedo, inseguridad, sufrimiento y desánimo, los pseudoportavoces, pseudolíderes mediocres y demás flora y fauna de la colla política, estaban (y siguen) okupados en la contienda perversa y partidista, donde el objetivo es aniquilar al adversario.

¡Cuánto nos tocaron las gónadas!, estos de-sustanciados (déficit de sustancia gris cerebral) y con un neo-cortex similar a los primates. Hoy, donde hay homenajes merecidos por doquier y se celebran Días conmemorativos de diversas profesiones sanitarias que se comportaron con altos niveles de excelencia profesional, echo de menos un reconocimiento explícito por parte de las administraciones públicas del Gobierno a los médicos muertos en activo por el Covid-19.

Ellos ya no están, pero queda el resto de los colegas, que no los olvidan. Saben que en su ADN milenario ya estaba inscrito el Código de Hammurabi, la relación médico paciente, que espero que sea pronto considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El legado que nos han dejado los 130 colegas, y por lo que dieron su vida, es la elevación de la relación medico paciente al máximo nivel de compromiso. Sin sobreactuaciones e imposturas. De forma callada, anónima. Por estar cerca, al lado y con el paciente.

Los médicos hemos aprendido mucho de esta durísima lección, a pesar de que la clase política sea incapaz de reconocer y valorarnos como nos merecemos. No necesitamos la empatía de los seudolíderes políticos, a los que hay que recordarles que no hace falta apagar la luz del prójimo (es decir, el faro médico) para que brillen otras luces.

Mi memoria y mi agradecimiento a todos los sanitarios y no sanitarios, a los vivos y a los muertos, especialmente (es mi elección) a los 130 colegas muertos y al resto que siguen vivos y que tuvieron el azar positivo de su parte (que no el cuidado de los políticos), teniendo en cuenta el altísimo número de contagiados. Ahora la lucha es por la dignificación laboral y retributivo de los 3.500 médicos del IB-SALUT. Nos lo deben y así lo exigiremos. Ya saben, en derrota transitoria pero nunca en doma.