Diario de Mallorca

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Ya me disculparán si últimamente me pongo un poco nostálgico. Será cosa de la edad, unido a algún que otro susto que inevitablemente hace que vuelvas la vista atrás, poniendo en valor lo vivido y lo que aún nos queda por vivir, si la suerte y la salud nos acompañan. El hecho es que ha sido uno de estos «sustos» el causante de que haya recuperado algunas amistades algo descuidadas. Ya saben a qué me refiero: la rutina, la falta de tiempo, aquello tan nuestro de «Mos hem de veure» sin concretar... Hasta que sucede algo que te hace poner manos a la obra y no postergar más aquello que ya lleva demasiado tiempo dilatado, y que corre el peligro de desvanecerse en el cajón de sastre de las buenas intenciones.

Sucedió mientras estaba en el hospital curándome de una dolencia aguda. Unos cuantos buenos amigos, exalumnos todos del Colegio La Salle del Pont d’Inca, decidieron abrir un grupo de Whatsapp para darme ánimos, con el loable objetivo de hacer un «bon berenar» tan pronto como me dieran el alta y estuviera en condiciones de sumarme al evento. Me hizo muy feliz ver sus nombres a través de la pequeña pantalla del móvil: Hilario, Daniel, Juan José -o Joan Pep, como prefiere que le llamemos ahora- y Miquel. Todos cursamos lo que entonces se llamaba el Bachiller Elemental en el mencionado Colegio de La Salle; éramos realmente muy amigos, tanto que, en su día, decidimos crear una asociación juvenil que obedecía al nombre de Organización Pontdinquense de Amigos (O.P.A.). Llegamos incluso a tener un pequeño local en el pueblo, una especie de «traster» en el que nos reuníamos para hablar de nuestras cosas, ya saben: aquellos profesores que nos caían bien, aquellos otros que eran más bien «punyeteros» o algo resabiados, las asignaturas que constituían un hueso en nuestro peregrinar académico... También, como no, de las chicas que nos gustaban, de los grupos de música que empezaban a despuntar, de fútbol, de baloncesto..., todo cabía en aquellas reuniones que eran algo así como la antesala de un tiempo que aún estaba por llegar, un tiempo en el que nos hicimos adultos sin perder la esencia de aquellos días cargados de ilusión y sanos proyectos.

Por fin llegó mi alta hospitalaria y con ella el ansiado «berenar», que llevamos a cabo en la terraza de un conocido local del Pla de Na Tesa. Fui el último en llegar a la cita -la puntualidad nunca ha sido mi fuerte, lo confieso- y de camino ya notaba ese hormigueo en el estómago que nos producen los acontecimientos que tienen algo de extraordinario, sobretodo por lo que poseen de largamente esperados y anhelados a la vez. Y ahí estaban, sentados alrededor de una mesa, con ese semblante risueño que tanto añoraba, al fin: Hilario, Daniel, Joan Pep i Miquel. En algún caso habían transcurrido más de 50 años desde la última vez que nos vimos, allà en el Colegio La Salle del Pont d’Inca. Me pareció un pequeño milagro: su aspecto había cambiado, ciertamente, quién más quién menos peinaba canas o tenía un principio de alopecia, junto a algunas sabias e inevitables arrugas. Pero en el fondo eran exactamente las mismas personas, aquellos amigos de la infancia a los que conocí durante nuestra etapa de escolarización y de los que tan buenos recuerdos y vivencias guardaba. Rememoramos, como no, numerosas anécdotas, como aquella en que algunos de nosotros fuimos expulsados temporalmente de la clase de religión por no asistir a misa con motivo de la festividad del santo patrón, San Juan Bautista de la Salle, menudo trauma... Inevitablemente salió «a rotlo» la política; incluso en ese campo nos mostramos tal como éramos y pensábamos en aquellos ya lejanos años, con un talante más o menos conservador o progresista en función de la personalidad y aquel esbozo de ideología que ya apuntaba maneras. En cualquier caso la discusión en ese tema no impidió que nos pusiéramos de acuerdo en lo sustancial, a diferencia de lo que tristemente sucede en los círculos de poder.

No llegó la sangre al río, a eso me refiero. Éramos -y continuamos siendo- demasiado amigos para ello. Dimos buena cuenta de un suculento «variat» y acordamos no demorar en exceso un próximo encuentro. Grande, Guirao, Torrens y Carbonell -en el colegio se nos nombraba por el primer apellido, seguro que les suena- seguían siendo aquellos compañeros de andanzas y correrías que un buen día empezaron a llenar un grupo de Whatsapp de fotos antiguas, de mensajes de ánimo, de incontables anécdotas. Créanme si les digo que todo ello me supo a medicina de la buena, a ese aroma único que poseen la solidaridad y el altruismo, y que ahora recuerdo bellamente resumido en unas siglas cuyo significado refleja a la perfección lo que dieron de sí aquellos años de camaradería, buenos momentos y emociones por doquier: Organización Pontdinquense de Amigos. Un grupo de buenos amigos, sin más. Y sin menos, también.

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