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Antonio Papell

Rusia impulsa la unidad occidental

La geopolítica que había decantado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la URSS y del Pacto de Varsovia y la ampliación de la OTAN está cambiando ostensiblemente a causa de la guerra de Ucrania. Tanto en el sentido de una reconsideración de la política de seguridad y defensa de Occidente cuanto en el de reforzar los vínculos internos entre las democracias del ámbito de la OTAN y países neutrales aledaños.

El pasado martes, después de un discreto silencio que ha durado hasta ahora, el canciller alemán Olaf Scholz se reunió en Berlín con la primera ministra sueca Magdalena Andersson y su homóloga finlandesa, Sana Marin. La reunión tenía por objeto debatir la posible incorporación de ambos países al tratado del Atlántico Norte. La reunión concluyó con el explícito y pleno apoyo de Scholz a la adhesión de ambos estados a la OTAN.

Como es conocido, Finlandia tiene una larga frontera con Rusia, lo que la sitúa en situación de gran vulnerabilidad. Esta evidencia ha sido esgrimida durante largo tiempo como una razón de peso para la neutralidad de Suecia, ya que Finlandia podía caer fácilmente bajo la órbita de Moscú si los suecos optaban por alinearse con el bloque occidental. La realidad es sin embargo que durante la guerra fría Suecia mantuvo una cooperación estratégica constante con Washington, y el propio Olof Palme, al frente de la socialdemocracia entre 1969 hasta su asesinato en 1986, mantuvo una doctrina de seguridad basada teóricamente en la neutralidad y crítica con la alianza nuclear que era la OTAN; pero en la práctica la convergencia ideológica y táctica con el mundo occidental fue creciente. Suecia ha intensificado últimamente su cooperación con la OTAN, y ahora, al igual que Finlandia, es un «Socio de Oportunidad Mejorada». Está en la Asociación para la Paz (ideada en 1993 por USA para vincular con Occidente a los antiguos países de la URSS tras su hundimiento), ha aportado tropas a operaciones internacionales bajo bandera de la OTAN y participa en los ejercicios militares de la Alianza. Y la planificación actual de la defensa sueca depende en gran medida de la ayuda exterior en caso de guerra.

Suecia y Finlandia ingresaron en 1995 en la Unión Europea, cuyo Tratado, en vigor desde 2009, incluye la llamada «cláusula de solidaridad», un pacto de defensa común semejante al famoso artículo cinco del Tratado del Atlántico Norte, pero hasta ahora habían compatibilizado esa pertenencia, que ejercen muy activamente, con el teórico neutralismo militar. Buena parte de los gastos de Defensa de Suecia han estado relacionados con la situación incómoda de Finlandia.

El pasado día 8 de marzo, semanas después de que Putin lanzara a sus tropas sobre Ucrania y pusiera de manifiesto toda la brutalidad que representaba aquella agresión gratuita e imprevisible, Magdalena Andersson, socialdemócrata, todavía se aferró al dogma tradicional y declaró que solicitar el ingreso en la OTAN en aquellas circunstancias «desestabilizaría aún más esta zona de Europa y aumentaría las tensiones». Aquellas manifestaciones le acarrearon numerosas críticas por aceptar implícitamente que Putin tenía derecho a vetar el ingreso en la OTAN a países soberanos. Y poco después se hacía notorio el cambio: Suecia empezó a enviar armamento a Ucrania, y los suecos, pragmáticos, comenzaron a buscar refugios antiaéreos e incluso tabletas de yodo para combatir los efectos de una explosión nuclear.

Era abril, las dos primeras ministras, Marin y Andersson, comenzaron una estrategia discreta de actuación conjunta y aunque la incorporación de ambos países a la OTAN será formalmente por separado, las posiciones se coordinarán estrechamente. Y todo indica que el ingreso en la Alianza podría producirse en la cumbre de Madrid el próximo mes de junio (los días 29 y 30). Una cumbre que ratificará la firme solidaridad entre las democracias, el apoyo incondicional a Ucrania y el diseño de un mundo en que Rusia dejará de ser interlocutor confiable y Occidente habrá de reducir su grado de dependencia estratégica de los países iliberales. En otras palabras, la respuesta de Occidente a la invasión de Ucrania ya supone en sí misma una gran derrota para Putin.

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