Finalmente no se produjo ninguna sorpresa y el resultado del ballotage presidencial supuso la previsible reelección de Emmanuel Macron y la segunda derrota consecutiva de Marine Le Pen, permitiéndole la inauguración de su segundo mandato quinquenal, toda una década, aunque en el camino haya sufrido una sensible pérdida de más de dos millones de votos, el Frente Nacional haya aumentado considerablemente su tirón electoral (en relación con las presidenciales de 2017) y que la abstención y el voto nulo también se haya incrementado. Son datos objetivos, no despreciables, que nos autoriza analizar esos comportamientos electorales, inequívocos, ligados al resultado acaecido en la primera vuelta donde se produjo el colapso y hundimiento de los dos principales partidos políticos republicanos, hasta ahora sostén y ejes en las IV y V República francesa, el Partido Socialista y Los Republicanos (exUMP), que obtuvieron respectivamente 1,75 % (Anne Hidalgo, alcaldesa de París) y 4,80 % (Valérie Pécresse), un ínfimo corolario.

Resulta difícil incluso definir cuál es la identidad política e ideológica de Macron porque su propia personalidad es simbiótica, en el mejor de los casos. De sus lejanos orígenes intelectuales (licenciatura en Filosofía por la universidad de París-Nanterre, donde nació el Mayo 1968, su tesis sobre Hegel, sus estudios sobre Maquiavelo; graduación en Ciencias Políticas) le queda su profundo conocimiento acerca del sentido del poder, su diálogo interno establecido entre el Príncipe florentino y Montesquieu. De ahí a la ENA y su condición de Inspector de Finanzas, primera implicación institucional que le permitió conocer el funcionamiento de los altos órganos administrativos del Estado que pronto abandonó para mudarse hacia la Banca privada Rothschild (calidad de socio) donde asesoró a Nestlé en la OPA de adquisición (valor cercano a los 12.000 millones de dólares) de la división de nutrición de la farmacéutica Pfizer, sirviéndose para desentrañar los mecanismos de los bancos de inversión, la élite económica internacional y auparse a continuación a la élite política de la mano de Jacques Attali (relator en la «Comisión Attali», dedicado al crecimiento económico francés) durante la Presidencia de Nicolás Sarkozy (UMP, gaullista) virando rápidamente en dirección a la presidencia socialista de Françoise Hollande que se nombró de ministro de Economía, esta vez de la mano del primer ministro, Manuel Valls (quien cambió de tercio siendo candidato CS para la alcaldía de Barcelona). Observó las tendencias sociales dominantes y la declinación del sistema promoviendo el movimiento «La República en Marcha» que triunfó, siguiendo la reflexión del presidente Charles De Gaulle ( discurso pronunciado el 19 abril 1963): «hemos tenido que escoger entre el progreso o la decadencia».

¿Un perfil «rara avis» aristocrático? ¿Un pragmático condimentado en las altas instituciones del establishment con mentalidad de homogeneidad, soluciones neoliberales y partidario de la globalización? ¿Otra cosa distinta? Creo que sí. Francia prioriza la nación sobre la ideología (Raymond Aron dixit) y Macron lo sabe.

Conozco bastante bien la política francesa (y su cultura) desde los años 80, mi época estival parisina en la universidad París 1 Panthéon-Sorbonne y tiempo después en la universidad de Nice-Costa Azul. Entonces gobernaba François Mitterrand (lo hizo durante catorce años, 1981- 1995, «formo parte del paisaje de Francia») mientras que en Niza (Provence-Alpes-Côte d´Azur) Jean-Marie Le Pen (el padre de Marine) ya obtenía buenos resultados (1987). Recuerdo carteles del Frente Nacional situados en la facultad de derecho, a escasos metros del mural de Marc Chagall.

París era para mí el Museo Jeu de Paume, repleto de impresionistas (de Renoir a Degas, de Cézanne a Monet, de Gauguin a Van Gogh) , como Niza era Henri Matisse y a veinte kilómetros de distancia, sobre una colina oteando el mar, el pueblo de Saint- Paul- de-Vence, una copia de Deià con sus pendientes empedradas, sus cafés destilando pastís, mediterráneo puro, su cielo de un azul intenso, la sede de la Fundación Maeght (amigo y marchante de Joan Miró), rodeado de pinos y de esculturas de Giacometti y de móviles suspendidos en el aire de Alexander Calder, construido por Josep Lluís Sert, de un blanco ibicenco, inaugurado por André Malraux, sonando siempre canciones de Yves Montand, vecino del lugar. Una verdadera maravilla.

¿Qué tiene que ver? Bastante. Malraux era entonces el ministro de Cultura del general Charles De Gaulle, presidente de la IV República francesa (luego de la actual V) cuyas ideas aún perduran. Macron se nutre de aquel porque constituyen políticas de Estado, las ideas esenciales de la Francia republicana que provienen de los conceptos enciclopedistas (libertad e igualdad, de Montaigne a Voltaire, de La Fayette a Saint-Just), de las estructuras instauradas por Napoleón Bonaparte (código civil, independencia judicial, laicización del Estado, Tribunal de Casación, reforma de la administración, etc…) y de la naturaleza de constitucional de estas dos repúblicas modernas (1946-1958 y la vigente), gaullista y postgaullista.

Fernando Morán (a propósito de comentarios publicados en 1958-59 en torno a las obras del profesor Alfred Grosser de la Escuela de Ciencias Políticas de Paría sobre la política exterior de la IV República francesa) incide en el sistema de ideas del Presidente De Gaulle, de su idea de Francia, su estilo de grandeza y voluntad de independencia y hegemonía europea en base sobre todo al entendimiento con Alemania. No la Alemania prusiana de Guillermo II sino la Alemania meridional católica, renana, permitiendo un equilibrio en pro de la integración europea.

Macron, con matices, no se aparta de esa línea argumental aunque naturalmente aquella aspiración integradora del general con el transcurso del tiempo ha alcanzado hitos impensables, perfeccionándose e institucionalizándose en unión europea, materias políticas, representación parlamentaria, coordinación común, sistema monetario, seguridad, principios comunitarios, ordenamiento jurídico prevalente sobre los derechos nacionales. El círculo aún no ha cuadrado y hoy Europa está en vilo. Seguramente De Gaulle mantendría una visión más soberanista al contrario que Macron, mucho más globalista.

En cualquier caso, falta por conocer el decurso de las elecciones legislativas próximas en el mes de junio 2022. De su resultado dependerá el futuro gobierno, si el movimiento de Macron mantiene su mayoría o no, si la coalición en torno a Mélenchon (incluyendo a un Partido Socialista en plena decadencia) logra suficiente impulso o si nos encaminamos, otra vez, a una cohabitación. El tiempo dirá.

Que sea la fuerza que levante la ola, la Francia republicana en sintonía.