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Pedro Coll

Ningú és perfecte

Ahmed, Marrakech, diciembre de 2009. Pedro Coll

Era casi un niño. Con un martillito y un cincel estaba grabando arabescos en una gran hebilla, sentado en un taburete justo a la entrada de aquel pequeño local que olía a cuero, las paredes a rebosar de bolsos y cinturones, todos iguales y todos diferentes.

Me dijo que se llamaba Ahmed. Había captado mi atención mirándome con su sonrisa franca. Con intención clara de arrancar la conversación, de entrada casi acertó con su pregunta:

–Català?

–Menorquí –le respondí sin pensármelo.

Me habría oído hablar por teléfono hacía sólo unos minutos. Chapurreando el castellano me dijo que también chapurreaba el catalán. A partir de ahí llevé la conversación al catalán con la maliciosa intención de ponerle a prueba. Le pregunté si había estado en Cataluña y me dijo que nunca, que nunca se había movido de aquella plaza, siempre en aquel taburete. Ahí era donde, además de algo de castellano y de catalán, había aprendido otras muchas cosas.

«Aquí s’apren de tot», comentó enigmáticamente sin dejar de trabajar, pero sin dejar de estar pendiente de mí.

Era la época gloriosa del Barça de Guardiola, cuando el club catalán lo ganaba todo con un fútbol tan exquisito como arrollador, la añorada época del ‘sextete’. Te movías por el mundo y siempre alguien, fuera donde fuera, te preguntaba por el Barça, por Messi. ¡Qué tiempos! Así que, con la seguridad de que compartíamos sentimientos, me lancé.

–¡Serás del Barça!

Cambió de expresión, se puso enigmático y en voz baja y contenida me dijo:

–Aquest és el problema, som ‘merengue’.

–¡No fotis!

–Sí, tío, ningú és perfecte.

Esto me ocurrió una noche en la bulliciosa plaza de Yamaa el Fna, en Marrakesh, doy fe.

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