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La vida: ingredientes

Una descarga de emoción me sacude si alguien sobrevive. Es la alegría más pura

¿De qué se compone la vida? De todo y muy variado a tenor de mi experiencia de esta semana. Empecé el lunes trabajando con Boris Izaguirre. Nos relató su paso por el quirófano. Se me puso la carne de gallina. Tuvo varios síntomas antes de decidir ir al hospital. Los pasó por alto. Tenía compromisos y tiró para adelante, como hacemos tantos, hay que cumplir y rendir. Pensé en mi pareja, su muerte súbita e inesperada hace tres años, la tortura que ha sido para mí no ser capaz de prevenirla. Gracias a la honestidad de Boris y su dulzura, comprendí que no es fácil prever la muerte. Mi pareja y yo no actuamos peor que muchos otros, somos débiles, somos humanos. Me conmovió escuchar a Boris hablar de su cirujano, de sus manos pequeñas y hábiles a las que confió su destino. Me sobrecogió como cuando años atrás Olga Pereda, compañera de este diario, me contó el infarto de su marido, Oskar, en plena calle en San Sebastián. Un viandante le socorrió, su corazón resistió el envite y se salvó. Una descarga de emoción me sacude si alguien sobrevive. Es la alegría más pura, te lleva a las lágrimas, te dice «los milagros son posibles».

Hay otros milagros. El mismo lunes acudí a la Academia de Cine donde se entregaban medallas a los actores y actrices latinoamericanos que tanto han contribuido a nuestro cine. Me invitaban a hablar como guionista de películas de los dos lados del océano. Llevaba mal hilvanado mi discurso. Llegué temprano y me encontré en la puerta con Malena Alterio. Nos sentamos a tomar un café: cuéntame de cuando llegaron tus padres huyendo de la dictadura. Me dijo: «AS-CEN-SOR». Es lo que repetía por el pasillo de casa su padre, Héctor Alterio, cuando era niña, intentando borrar su acento argentino para conseguir pequeños papeles en España. Lo que en Buenos Aires había sido una broma entre amigos «hacerse el español» ahora era central para sobrevivir. Me contó que Juan Diego, siempre generoso y solidario, les ayudó prestándoles dinero para instalarse. No imaginábamos ni Malena ni yo que Juan Diego nos dejaría el jueves. Subí al escenario y traté de ser verdadera. Conté del viaje de ida y vuelta de los actores y actrices latinoamericanos. De cómo Cecilia Roth fue doblada en una de las películas de Garci que mi padre produjo y escribió allá por 1978 y años después regresó a Argentina convertida en estrella. Hablé de la siembra, los maestros que llegaron con los actores argentinos. Corazza, Cristina Rota, Norma Bacaicoa y otros enseñaron interpretación a nuestra siguiente generación. Sus alumnos han ganado Oscars.

El martes viajé a Pamplona. Hablé del audiovisual tras la pandemia ante un auditorio mayoritariamente femenino, como siempre (parece que las ganas de saber más y de ser mejor residen en los ovarios), pero antes visité a Elvira Lindo y Daniela Fejerman, que ruedan en Navarra Alguien que cuide de mí, una peli con título de canción de los Gershwin sobre una saga de actores. Bonito verlas dirigir entre cables y monitores.

El miércoles me pegué un madrugón para tomar un tren y hablar en Las Rozas a jóvenes cantantes de paridad en la cultura. Les preocupa la técnica vocal tanto cómo abrirse camino en el difícil mundo de los escenarios. No es la discriminación de género lo que más les inquieta: varias cantantes y compositoras se quejaban de que su condición de discapacitadas borra el resto de sus cualidades. «La primera soprano discapacitada en cantar en el Liceo», «encajarías mejor en conciertos para gente como tú» son algunas frases que tienen que oír. De ahí me marché a la carrera al Museo Reina Sofía que marcha muy bien en lo artístico, lo que ven los visitantes, y muy mal en lo administrativo, lo que sufren los trabajadores y colaboradores con deudas sin cobrar. Falta personal, el poco que hay trabaja bajo mucha presión. Es la herencia que nos dejó el PP. Sus años de Gobierno redujeron salvajemente las plantillas. Se propusieron ahogar la gestión de lo público, desmantelar el Estado y lo lograron. Si el tren público descarrila favorece a lo privado, neoliberalismo puro. Al volver a casa vi el futuro abrirse paso: mi sobrino que estudia cine rodaba un corto de ciencia ficción con su abuela, mi madre, 83 años, de protagonista.

El jueves cambié completamente de escenario y visité las instalaciones de Red Eléctrica Española en Madrid. Me deslumbró el centro de control, unas pantallas enormes vigiladas por ingenieros no paran de cambiar a cada instante. «Tan malo es que la demanda se dispare como que caiga - nos contaba el director -, la estabilidad y la previsión de los picos es la clave». Como en la vida, pensé yo.

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