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Antonio Papell

El genocidio y la desnazificación

Se ha abierto una polémica legal sobre si la agresión de Rusia a Ucrania puede considerarse o no un genocidio. Obviamente, el interrogante tiene dos vertientes, la estrictamente jurídica, en el marco del Derecho Internacional, y la histórico política, de comparación de esta acción bélica con los grandes genocidios de la historia.

La legislación internacional vigente creada con ocasión de los juicios de Nuremberg y desarrollada bajo los auspicios de la ONU permite reconocer el genocidio ruso en este caso. Genocidio es el intento de destruir un grupo nacional, étnico, racial o religioso para borrar todo rastro de él, cultural y físicamente. Este objetivo se persigue mediante el asesinato en masa, la violación, el secuestro y el aborto y esterilización involuntarios… Los rasgos de la brutalidad rusa en Ucrania están implícitos en esta definición.

En todo caso, es útil comparar las pulsiones del nazismo que llevaron al Holocausto con las impetuosas arengas de Vladimir Putin. Jason Stanley, profesor de Filosofía en Yale y experto en fascismo (Fascism Works: The Politics of Us and Them, Random House, 2018), ha abordado este asunto en términos muy reveladores. Recuerda que en 1935, el ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels, describió la amenaza del bolchevismo, con los judíos como objetivo: «En sus consecuencias finales, significa la destrucción de todos los logros comerciales, sociales políticos y culturales de Europa occidental a favor de una camarilla internacional desarraigada y nómada que ha encontrado su representación en el judaísmo». Para Goebbels, los nazis eran protectores de Occidente frente a una ideología cosmopolita y decadente de las judaizantes democracias parlamentarias.

Pues bien: como señala Stanley, también los líderes rusos actuales promueven la visión de un Russkiy Mir –un ‘Mundo Ruso’—. Vladimir Putin está justificando esta guerra como una campaña de «desnazificación». Describe a Ucrania como «el enemigo de Rusia y una herramienta de Occidente utilizada para destruir Rusia». Occidente –añade— ha abandonado sus valores europeos tradicionales en favor del «totalitarismo occidental, los programas impuestos de degradación y desintegración de la civilización y los mecanismos de subyugación bajo la superpotencia de Occidente y Estados Unidos». En estas circunstancias, narradas melodramáticamente, Rusia sería «la última autoridad en proteger y preservar aquellos valores de la Europa histórica (el viejo mundo) que merecen ser preservados y que Occidente finalmente abandonó».

El documento bordea la ficción más estridente e inverosímil en alguna de sus partes. Así por ejemplo, se describen en él los supuestos daños que Occidente ha Infligido a Rusia; y sostiene que «Rusia hizo todo lo posible para salvar a Occidente» pero «Occidente decidió vengarse de Rusia por la ayuda que le había proporcionado desinteresadamente. En este relato, Ucrania sería la principal herramienta de la traición occidental, y la identificación de Ucrania como nación independiente refleja el ascenso de «ukronazismo», que a su vez sería una versión particularmente odiosa del nazismo: «El ukronazismo representa una amenaza mucho mayor para el mundo y para Rusia que la versión hitleriana del nazismo alemán!».

Es difícil de aceptar que prospere en Rusia una visión tan delirante de una realidad que, como es obvio, no se ajusta en absoluto a tales descripciones, pero hay que entender que los rusos –un pueblo pobre y crédulo, con dificultoso acceso a la cultura, acostumbrado a la autocracia y sin tradición democrática alguna— no tiene acceso a las fuentes de información globales, y ni siquiera le es permitido ver lo que ocurre realmente en Ucrania, que no sería ni siquiera una “guerra” (como se sabe, quienes contradigan en Rusia la versión oficial del conflicto pueden ser condenados hasta a quince años de prisión).

El genocidio que se sospecha bajo esta ‘desnazificación’ no se reduce al exterminio del adversario. Incluye ‘investigaciones masivas’ para detectar ‘la difusión de la ideología nazi’ (basada en a soberanía ucraniana) y ‘el apoyo al régimen nazi (las instituciones elegidas y sus funcionarios). Los castigos incluyen trabajos forzados, el encarcelamiento y la muerte. También «la incautación y la prohibición de programas educativos que incluyan pautas ideológicas nazis», es decir, de cualquier mención a la identidad ucraniana.

Es, en fin, el pueblo ucraniano el que está en el objetivo de Putin. Y su designio genocida es su desaparición como tal.

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