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Matías Vallés

Al Azar

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Robles debería leer el ‘New Yorker’

Margarita Robles se revuelve en el Senado para sentenciar como magistrada inapelable que «usted habla del New Yorker, yo no conozco ese medio de comunicación. No sé con qué fuentes actúa». El arrebato debe traducirse por «el New Yorker no merece ser conocido por mí» o por un racial «el New Yorker se lo pierde». No entraremos en la volea sobre el espionaje masivo desvelado por la revista quincenal estadounidense, y demasiado repugnante para abordarlo aquí. La ministra de Defensa debería conocer la publicación acuartelada en Manhattan por simple cultura general. La magistrada del Supremo prefiere pasar por cateta antes que por alentadora del espionaje a abogados defensores, pero la ignorancia es una fuente inagotable de corrupción.

Por legítima que sea la desconfianza en un CNI concentrado en vigilar a Corinna, incluso los Pepe Gotera y Otilio se hubieran esmerado en su espionaje de haber sabido que existían medios como The New Yorker, dispuestos a desmontar sus atropellos. La cabecera que la ministra prefiere desconocer para menospreciarla ya acogió al legendario Seymour Hersh, para mostrar al mundo las torturas llevadas a cabo por militares estadounidenses, en la presión de Abu Ghraib. El mismo Ronan Farrow de Pegasus lanzó el movimiento #metoo desde la revista, Patrick Radden Keefe ha ofrecido en sus páginas la visión canónica sobre el IRA y ha detallado la matanza causada por los laboratorios farmacéuticos enriquecidos con los opiáceos.

Si deseaba arruinar ante el Senado la segunda parte de su carrera política, la todavía ministra de Defensa podía elegir entre la atrición de «no conozco el New Yorker y por eso me veo metida en este lío», o la contrición de «no conozco el New Yorker y nunca me arrepentiré lo suficiente». Robles no ha estado siquiera a la altura de su espionaje, pero habrá que dar el escándalo por bien empleado si sirve para despertar la curiosidad de la magistrada por la revista neoyorquina. Es importante que los ministros abandonen el Gobierno con un bagaje cultural superior a sus pobres prestaciones a la llegada al banco azul.

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