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Antonio Papell

Macron, el peligroso extremo centro

Emmanuel Macron celebra su victoria en las elecciones presidenciales. Christophe Petit Tesson

La victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales de Francia por un margen cómodo pero no llamativo, bastante inferior al de hace cinco años en un escenario semejante, parece anunciar que estamos recorriendo una cuesta abajo y que el día de mañana —dentro de otros cinco años— el/la ahora finalista podría llegar al poder.

En efecto, como ha destacado Yanis Varoufakis, antiguo ministro de finanzas de Grecia y catedrático de economía de la Universidad de Atenas, en un artículo publicado en la prensa internacional, hay ya pocas analogías entre estas elecciones que acaban de celebrarse y las que en 2002 dieron la victoria a Chirac frente a Jean Marie le Pen por más de un 82% de los votos.

En 2002, se produjo en apariencia un accidente en el camino: el partido socialista de Lionel Jospin se vio sobrepasado en las primarias presidenciales por el Frente Nacional de Jean Marie le Pen. La reacción de las fuerzas vertebrales de la V República no se hizo esperar. Chirac, que había logrado un 19,88% de los votos en primera vuelta (Le Pen obtuvo el 16,86%), no solo suscribió un pacto con las demás fuerzas de la derecha sino también con las del centro y de la izquierda —incluidos por supuesto el Partido Socialista y el Partido Comunista— para oponerse a la extrema derecha racista, xenófoba, reaccionaria. La eficacia de aquel pacto fue espectacular: Chirac se alzó con la presidencia de la República con el 82,21% de los votos. Y aunque su legitimidad venía dada por esta cifra abrumadora, el líder del gaullista RPR (Rassemblement pour la Republique) no olvidó las más o menos tácitas alianzas con las restantes fuerzas, que condicionaron su mandato ya que lo ejercía con votos prestados. Un rígido cordón sanitario mantuvo en todo caso a la extrema derecha recluida en la marginalidad, fuera de las instituciones.

Porque las clases medias decaídas no encuentran respuestas creativas, es por lo que Le Pen sube

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En las recientes elecciones presidenciales, aún más que en las de 2017 que llevaron por primera vez a Macron al Elíseo, el planteamiento ha sido muy distinto. El venerable mapa ideológico que había evolucionado desde la mismísima revolución francesa a finales del XVIII, ha dejado de ser el gran referente. Macron, un personaje singular de indudable brillantez, miembro de la casta elitista de la ENA, ministro que fue del socialista Hollande, se ha presentado a sí mismo como un tecnócrata ni de derechas ni de izquierdas, el más capacitado para gestionar la República. La reclamación del voto ha sido pues por descarte: fracasados la derecha de los Republicanos y la izquierda de los Socialistas, él representa la racionalidad cartesiana, que estaría en manos del más acreditado de una clase dirigente que es odiada a conciencia por una mayoría de franceses.

Este fracaso de la política, que ya no es un debate entre las propuestas económicas de oferta y de demanda, que ya no polemiza entre la subida o la bajada de impuestos, que no contrapone la mayor libertad mercantil con una mayor o menor redistribución, es el que ha suscitado la irritación de los franceses, que se sienten desgobernados y abandonados a su suerte por las elites, por la elite dirigente.

Por eso, porque las clases postergadas, las clases medias decaídas, no encuentran respuestas creativas, es por lo que Le Pen sube, al recoger todo el despecho que provoca Macron. Varoufakis, en el mencionado artículo, explica que Macron ha logrado mostrarse como el epítome del administrador eficiente y competente que mejor entendía el sistema y que podía administrarlo más eficientemente. «Pero eso no impresiona a los votantes que quieren que el sistema explote, no que se gestione mejor —explica el griego—. El enfoque de Macron me recordó a los conservadores incondicionales en Gran Bretaña que no pudieron prever la mentalidad del bombardeo de los votantes que se inclinaron por el Brexit. Cuanto más se les decía a estos votantes, con gráficos y estadísticas, que el Brexit los haría sufrir, más entusiasmados estaban con la perspectiva de hacer sacrificios colectivos para derribar un sistema que creían que estaba amañado en su contra». Si los franceses adoptan realmente esta actitud, Le Pen gobernará Francia dentro de cinco años.

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