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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

La cultura del desconocimiento

La lectura del último libro de Daniel Innerarity, La sociedad del desconocimiento, me deja perplejo ante cuanto nos sucede y todavía más parece sorprendernos. No se trata, ya, de que desconocemos un montón de cosas, que en general lo sabemos, si bien unos más y otros menos, porque el problema reside en que la frivolidad y superficialidad que nos dominan están provocando el olvido de todo lo que desconocemos como cuestión ardiente y prioritaria. Creemos saberlo casi todo en función de la algarabía de los Big data triunfantes, y esta soterrada convicción nos traslada a esta otra: carece de relevancia la preocupación por lo que desconocemos y deberíamos conocer. Más todavía, dice el autor, nos estamos acostumbrando a «conocer en fragmentos» y despreciamos ese esfuerzo por los «relatos compactos», esos relatos que responden a una visión ideológica de la existencia. Que en estas, dejemos de lado la filosofía y la religión en nuestra educación, es absolutamente lógico puesto que nos obligarían a pensar, es decir, a esforzarnos por conocer. Y todo este embrollo incluye el conocimiento científico, que hemos desentrañado de cualquier resabio de humanismo. Un desperdicio del espíritu humano en aras de los neones electrónicos a los que damos culto. Un libro excitante de verdad. Y un palo humillante a esta sociedad de la información sobre la que pontificamos todo el día. Pero el texto de Innerarity nos lleva a un montón de interrogantes y de perplejidad que me permito sugerir al lector.

Decíamos conocer a Putin, pues nada de nada. Y teníamos elementos para no ser tan crédulos: por ejemplo, lo sucedido en Crimea en 2014, cuando Europa se cruzó de brazos, obnubilada por el gas ruso. Y habíamos tenido noticias de Chechenia y Siria, entre otras cuestiones, pero preferimos desconocer tales realidades en beneficio de la tranquilidad de la Unión Europea y de nuestra querida OTAN. Solamente comenzamos a preocuparnos cuando ese Biden al que preferimos despreciar, nos susurró que Putin preparaba la invasión de Ucrania: lo maldecimos y ninguneamos hasta hacer chanza de sus errores léxicos y algún tropiezo en las subidas y bajadas del avión presidencial. Pobrecillo, está viejito, y nada sucederá. Optamos por el desconocimiento, hasta que el 24 de febrero resultó que tenía razón. Y hasta ahora. Toda nuestra conciencia metida en los túneles de Mariupol. Ahora, cuando reconocemos lo advertido, ya es imposible remediarlo porque el nuevo zar, si bien tras un varapalo, acabará imponiéndonos sus intereses en el Este ucraniano. Y negociaciones. Y nos avergonzaremos. Pero no habremos caído en la cuenta de que optar por desconocer es una aberración.

Estábamos todos tan tranquilos hasta que una filtración inesperada nos ha puesto ante el hecho de que, mediante el sistema Pegasus, el estado nos estaba descubriendo todo lo que le daba la gana, concretando la noticia en los protagonistas del procés, que también es mala suerte. No nos interesaban estas cosas porque habíamos decidido que no existían en democracias serias con suficientes medios de control de sus poderes. Pero lo peor es que nuestra legislación ampara cosas semejantes por razones de seguridad nacional, no solamente en España sino en el mundo entero. Pero es todavía peor que, si uno lo piensa fríamente, llegamos a la conclusión de que, dadas nuestras estrituras democráticas tras la aparición del terrorismo, se haga necesario este tremendo espionaje de vidas y quehaceres. Hemos montado una sociedad que nos exige el desconocimiento de nuestra propia protección. Se dará alguna solución al problema, pero es evidente que, de una manera u otra, el espionaje seguirá y dentro de un tiempo de nuevo pondremos el grito en el cielo.

El Presidente, en su momento, optó por una coalición de grave peligrosidad. Es cierto que hubo serias advertencias… pero hasta hoy. Y cada vez más, tal coalición resulta resquebrajada por razones conocidas pero que, al cabo, nuestros próceres decidieron desconocer para estar más tranquilos. Todos formaban un «compacto de poder» es un decir, pero solamente han saltado las alarmas cuando Ucrania y su guerra se nos cruza y parece que desconocíamos lo que llevábamos entre manos. Mientras tanto, una habilísima Yolanda Díaz se balancea entre fidelidades varias, dándonos ejemplo de que ella sí que trabaja por no caer en el error gravísimo del desconocimiento. Conocía y jugaba con unos y con otros, hasta que, en su momento, recabará adhesiones del conjunto.

Pero el acto de furioso desconocimiento gravoso es el que el universo mediático ha tenido, y algunos persisten en el error, con el señor Feijóo. Nadie previó que, una vez en el poder, mandaría con mando en plaza hasta el punto de que, desde ahora, nuestros gobernantes máximos lo tendrán como una auténtica sombra tan incómoda desde sus permanentes ofertas, todas ellas levantadas desde una determinada concepción de la vida y de la sociedad. Es evidente que desde la Sexta, cada noche golpean sin piedad a este hombre que avanza paso a paso, sin mirar a los lados, y por lo tanto resulta atractivo para muchos votantes hartos de personajes tan ambiciosos como oscilantes. Veremos cómo acaba este gallego elegante, pero de momento todo desconocimiento es un gravísimo error.

Y en fin, Europa entera ha preferido desconocer durante años el periplo de la política francesa, mientras el señor Macron recorría el mundo como referente republicano. Es cierto que ha vencido unas elecciones absolutamente novedosas, pero los radicales nacionalistas le han dado un susto elevado y significan una clara advertencia para el resto de Europa y del entero mundo de cómo estallar el malestar de las clases medias y bajas cuando se pierde el tiempo en anécdotas y se olvidan las categorías: nivel de vida, empleo, integración, esperanza en fin. Ya no podemos planificarnos desde un desconocimiento perverso y a su vez pueril. Cualquier día, se nos viene abajo este maravilloso techo de cristal apuntado en la desigualdad: el auténtico demonio.

Y acabo con unas palabras del mismo Innerarity: «Y empiezo a pensar que eso de los Big data se corresponde con la ilusión de que el examen de las correlaciones de datos nos permitía renunciar a las teorías, de manera que cabría asegurar: grandes datos, teorías pequeñas». Pues bien, donde el autor escribe teorías, pongan uds. conocimientos, y cerrarán el artículo perfectamente. Es una sencilla sugerencia.

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