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Carles Francino

Odiadoresde gordos

Ibai Llanos me parece un crack. Quizá por eso tiene tanto éxito… y hay tanta gente con ganas de arrearle. La operación de su amigo -y socio- Gerard Piqué con Luis Rubiales en Arabia Saudí se lo ha puesto a huevo a estos últimos, aunque él ha capeado los palos sin demasiados apuros. Incluso ha dejado claro que jamás se hubiera prestado a un tejemaneje como el de Geri y Rubi. Lo que ya no gestiona con tanta alegría es que le llamen gordo para hacerle daño. Sí, porque hay tipos repugnantes que se dedican a increpar en las redes a personajes famosos que andan sobrados de kilos. Resulta llamativo que el diccionario no incluya aún la palabra gordofobia ni esté validado el término científico, pero es una realidad: hay haters de gordos. Y gordas.

La otra tarde se juntaron en la radio Tania Llasera, Mara Jiménez y Gabriel Rufián. A Tania la crucificaron hace años cuando dejó de ser «maciza normativa», según su propia expresión, y mostró en televisión una silueta más voluminosa; desde entonces va a terapia, aunque crea que la enferma es la sociedad. A Mara, que está ahora con la obra Gordas en Madrid, le dijeron de niña que si no adelgazaba no la querría nadie y se pasó más de una década peleando contra sí misma. Hoy cabalga sus traumas a lomos de activismo teñido de humor y también recurre a terapia. Y a Gabriel Rufián, que cuando desembarcó en Madrid se puso algo tonelete por la ansiedad y los horarios locos de la política, le siguen enviando mensajes diarios de «¡zampabollos!», aunque no le gusta el dulce y luce palmito. «Es muy jodido», admitieron los tres, «afecta a la salud mental porque te juzgan sin que puedas defenderte».

Tengo un consejo para ellos -y para muchas víctimas de los odiadores- en forma de versos, de un poema de Benjamín Prado que se titula, precisamente, Haters: «No hay que perder jamás el tiempo en contestarles, / Porque luchar con ellos te vuelve uno de ellos / Y alguien peor que tú. / Todo el que se mira en un espejo roto / ve en su cara la misma cicatriz».

Ibai, que utiliza un lenguaje menos lírico, añadiría que son los gilipollas oficiales. Y la verdad es que lo son: en poesía y en prosa.

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