Opinión
Ni de aquí ni de allá
Sentir que perteneces a un sitio es que te lo hagan
sentir de verdad, no que te dejen estar allí
y que tengas que estar agradecido
Siempre he pensado que se habla poco de las segundas generaciones.
Me refiero a aquellos hijos de inmigrantes que sienten que no son ni de aquí ni de allí. Ahora, con el excepcional trabajo periodístico del documental 800 metros sobre los atentados de Barcelona y Cambrils, se ha vuelto a hablar de cómo se radicalizaron estos jóvenes. Pero durará poco, porque es un tema que escuece. Y que como sociedad nos tendría que avergonzar.
Soy una segunda generación. Hija de un matrimonio que dejó con pena su casa para que sus hijos pudieran aprender algo más allá de las cuatro letras que fue lo que ellos alcanzaron a saber. Estudiamos, pero nunca fuimos iguales. Y no porque lo sintiera yo, sino porque a pesar de poder destacar siempre estabas de prestado, siempre eras de segunda clase. Me esforcé en que me quisieran por mis aptitudes, no por mi persona, pues eso, como bien dice la palabra, es personal. Pero ni con datos objetivos lograba obtener el sitio que me merecía. Me llevé contestaciones del tipo que mi catalán era muy de L’Hospitalet. Y yo pensaba que Hospitalet también era Catalunya. Me sabía aún peor cuando llegaba al pueblo de mis padres y los que se habían quedado allí decían: «Ya vienen los forasteros», refiriéndose a los «catalanes» y a los «madrileños» que habían emigrado. ¿De dónde era yo? Tanto aquí como allí, no era de ningún sitio. No sin sufrirlo, me lo eché a la espalda y seguí adelante.
Pero si esa ha sido mi experiencia viniendo del mismo país, qué podemos esperar de la de los chicos que vienen de otro continente. Con un color de piel distinto, y de una sociedad donde la religión tiene un peso descomunal. ¿Qué es estar integrado? Hablar la misma lengua, estar escolarizado, tener trabajo… Tenemos mucho que hacer y todo empieza por tener respeto. Nadie elige dónde nace ni nadie deja su casa por gusto para ir a una tierra extraña. Tenemos que ver a las segundas generaciones como un capital, un puente cultural. Pero para eso hace falta tratarles como iguales. Sin recelo. Sentir que perteneces a un sitio es que te lo hagan sentir de verdad, no que te dejen estar allí y que tengas que estar agradecido. Pensemos que los agentes radicalizadores juegan con esta falta de arraigo para adoctrinar mentes jóvenes. Jóvenes con corazones tiernos y cerebros maleables que tan solo buscan que les quieran y les hagan sentir necesarios.
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