Diario de Mallorca

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Las noticias, como los yogures, empiezan por perder sabor, después quedan olvidas, como en un estante del frigorífico y finalmente caducan a pesar de haber sido objeto de un desmedido primer interés de la ciudadanía y ello obliga a sustituirlas por otras; el asunto de la guerra, la invasión, la operación especial, el conflicto, la situación, que en todos esos términos y algunos más ha sido enunciada, que asola esa zona geográfica que sobre todo encuadra la gran llanura, otrora llamada el granero de Europa y sita al sudeste de nuestra Europa, ya se está convirtiendo en un monótono repiqueteo en los noticiarios de todo tipo; ya casi nos hemos acostumbrado a las diarias referencias a muertes, destrucciones, desastres y calamidades, a las cuales, admitámoslo, prestamos cada vez menos atención, más preocupados por el aumento del precio de la tarrina de paté en el supermercado que en lo que suceda en algún pueblo ucraniano.

Es igualmente perceptible que las víctimas de una guerra en esa cercanía geográfica nos afectan un poquito más que otras víctimas más alejadas, más desconocidas, que parecen como más inexistentes, por ejemplo de la guerra del Yemen, que según Save The Children, ha podido costar ya la vida en los últimos tres años a más de 85.000 niños, menores de cinco años, fallecidos por malnutrición, casi nada aparece en los medios de comunicación, como si no existiera. Por no haber tal parece que ni tan siquiera hay corresponsales en aquel territorio.

Pero el interés del público debe ser mantenido y ahora en el asunto de Ucrania la punch line es el asunto de las barbaries que se cometen entre los que se dicen humanos partícipes o perpetradores de aquel desastre, eso de lo de crímenes de guerra. Hablar de crímenes de guerra, a estas alturas, es ciertamente una redundancia pues la guerra es un crimen en sí misma, mejor dicho está pensada precisamente para que lo que en tiempos y entre gentes normales es un delito, un crimen, deje de serlo según convenga a unos o a otros. Y claro luego pretendemos que el individuo, que normalmente no podría hacerle daño a un gato, y tras ser sumergido en una situación límite, estresante, en la que cada segundo puede ser su último y con el sistema nervioso simpático lanzando sobre él palada tras palada de noradrenalina y después de contemplar, por ejemplo como su compañero de belicosidades, con el que hace dos minutos compartía un pitillo, está ahora sujetándose con ojos vidriosos las tripas con las manos, se comporte en todo momento con la corrección de un miembro del Athenaeum londinense; y eso es simplemente y difícilmente conseguible por el común de los mortales. Las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran y en una situación de guerra se cometen barbaridades, atrocidades y demás salvajadas que no se suavizan porque las califiquemos de crímenes.

Es por eso que los responsables, los autores, los culpables de los llamados crímenes de guerra no son los guripas de turno, a quienes se les ha dado una arma, que han sido entrenados para quitarle la vida de algún paisano de la forma más efectiva y se les ha enseñado que acabar con la existencia del de enfrente, del contrario, del diferente es aún más honroso y por demás conveniente que el horaciano dulce et decorun est pro patria mori, sino todos aquellos que edifican, preparan, acometen, consienten, permiten y propician que esa situación personal de todos esos peones de brega para que se encuentren en el lugar apropiado y en las circunstancias perfectas para que esos crímenes de guerra puedan cometerse. Es así de simple y es por eso que se hace tan difícil distinguir en una guerra quiénes son los buenos y quiénes no lo son tanto.

En este nuestro caso, se dan además circunstancias que no pueden ser consideradas paños calientes; la larga tradición de agravios mutuos, ciertos o inventados; los no menos eternos odios entre gentes de una grande similitud en lo religioso, en lo social, en lo histórico, en lo personal, en lo cultural, convierte esta guerra en prácticamente una guerra ¿civil?; y todos sabemos que este tipo de conflictos, nosotros mejor que nadie, sacan desde lo más profundo de los humanos los peores demonios, las más malvadas intenciones, las más funestas maneras. Al fin y al cabo lo único que determina una guerra no es tanto quién está en el lado correcto y quién en el errado, con y sin h, sino quién sobrevive a ella. No nos sorprendamos pues que en la barbarie y crueldad de la guerra se den crueles barbaridades. En definitiva la mera condición criminal de un conflicto armado viene casi en convertirse en un argumento aleccionador para educandos aplicados pues como sentenció Robert E. Lee, es bueno que la guerra sean tan terrible, de otra manera podríamos aficionarnos demasiado a ella.

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