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Antonio Papell

Francia: la responsabilidad del voto

Mario Vargas Llosa pronunció en octubre un discurso en la Convención Nacional del PP que se celebró en Sevilla en el que aseguró en un probable lapsus que «los latinoamericanos saldrán de la crisis cuando descubran que han votado mal. Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones, sino votar bien, y votar bien es algo muy importante porque los países que votan mal, como ha ocurrido con algunos países latinoamericanos, lo pagan caro».

La afirmación es tremendamente desafortunada porque parece puesta en boca de un dictador: solo los autócratas niegan al adversario la posibilidad de tener razón, y por ello mismo criminalizan a sus opositores, a los que «votan mal». Es fácil reducir al absurdo el asunto: puesto que los disidentes lo son porque se equivocan, por su mala cabeza, ¿para qué sirve someterlos a esa prueba? Desde este punto de vista, lo que ha de hacerse es imponer lo indiscutiblemente bueno y genuino y dejarse de elecciones que den ocasión de «votar mal» a los desorientados.

Bromas aparte, y tras reconocer que, en efecto, es necesario llevar la cultura a los ciudadanos para que refinen su voto, parece claro que quien ejerza con sentido de responsabilidad su derecho libérrimo a votar tiene la obligación moral de efectuar ciertas reflexiones antes de hacerlo. No tanto para cuestionar su posición ideológica sino sobre todo para medir la repercusión de sus decisiones en los diferentes ámbitos que resultarán afectados.

Lo que quiere decirse, en fin, es que la globalización es un hecho, que afecta por supuesto también a quienes la combaten o no creen ella, y que un determinado alineamiento de un país, de una potencia, de una federación o confederación de países repercute sobre el planeta entero. Quizá el caso más visible de esta interrelación estrecha es el efecto de las elecciones norteamericanas en el equilibrio global. La figura de Trump fue demoledora porque arrasó determinados valores eminentes que tardarán tiempo en recuperarse y porque practicó la más egoísta introspección sin tener en cuenta la debida coordinación de las democracias en la búsqueda de la paz, de un orden más justo, de una globalidad más estable. ¿Cómo se hubiera desarrollado la guerra de Ucrania con el imprevisible Trump en la Casa Blanca? Biden no es un gran estadista pero al menos podemos confiar en su previsibilidad y en el respeto a unos principios irrenunciables de libertad y pluralismo.

El otro caso muy a mano que es el que verdaderamente suscita estas líneas es el de la Unión Europea, que este domingo se somete a una prueba extraordinariamente grave, en Francia. Todo indica que ganará Macron la presidencia, pero al menos la ocasión debe servir para imaginar qué ocurriría si no fuera así, y si la extrema derecha, deudora de Putin y vinculada al actual régimen ruso, cambiara el escenario súbitamente.

Lo deseable en este asunto sería que el pueblo francés, que lógicamente hará lo que le venga en gana según su conciencia colectiva, tomara en consideración las consecuencias que tendría abrir el camino a la extrema derecha, que ya controla los hilos del poder en Hungría y Polonia, que está presente con mayor o menor pujanza en la mayoría de los 27, que pretende desacreditar el proceso de construcción de Europa tras la segunda guerra mundial (que perdieron las ideologías que hoy el neofascismo pretende resucitar)… De momento, algunos acreditados analistas ya han efectuado inquietantes premoniciones sobre los que ocurriría en la guerra de Ucrania si Francia cediera a la presión ultra de Rassemblement National, la fuerza de Le Pen. Putin saldría altamente reforzado, Ucrania experimentaría una devastadora soledad y la confrontación podría alcanzar niveles que hoy no queremos ni imaginar.

De ningún modo se les puede decir, pese a todo, a los franceses que «voten bien», pero sí es bueno que las mentes más preclaras de Francia hagan ver a sus compatriotas el verdadero efecto de su voto en las urnas. Los franceses no solo tienen en sus manos la dirección de su economía, el carácter de determinadas leyes, la posición de Francia en la UE sino también la unidad occidental ante la barbarie.

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