Diario de Mallorca

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Daniel Capó

LAS CUENTAS DE LA VIDA

Daniel Capó

Una educación liberal

En la lectura de los grandes libros encontramos

la mejor alternativa a una pedagogía sin contenido

Para Michael Oakeshott, el más importante filósofo político del Reino Unido en el siglo XX, la educación liberal no era tanto un cuerpo de conocimientos como el dominio de unos cuantos lenguajes que te permitan dialogar con las grandes cuestiones de ayer y de hoy. Según la tradición judía, educar es plantear preguntas; desafiar un texto; indagar entre los intersticios de las palabras, entre sus ambigüedades, cuál es la clave que pueda desentrañar su verdad escondida. George Steiner explica que a un judío se le reconoce porque lee los grandes libros con un lápiz en la mano, anotando en los márgenes, haciendo suyos los interrogantes que suscitan. No es una educación basada en respuestas –no al menos en respuestas inmediatas y definitivas–, sino que acoge, en la línea de Montaigne, la propuesta de Rachel Bespaloff: asociar «la enérgica espontaneidad del instante con la larga práctica de la duda, el respeto de la belleza humana con la desconfianza radical de toda idealización».

Este uso de la educación liberal no ha sido el característico de nuestro país, más proclive al enciclopedismo de la escuela napoleónica, aunque sin la exquisita formación lingüística y cultural de los lycées franceses. Si «lo único indispensable para la escuela es que haya maestros» –observaba hace ya medio siglo Oakeshott–, el actual afán por burocratizar hasta el extremo la experiencia educativa nos indica ya que la moda pedagógica va por distintos derroteros, se llame neoliberal o de cualquier otro modo. Porque lo que se pierde por un lado no se recupera por el opuesto y, a menos conocimientos, no hay más pensamiento crítico –como se pretende hoy en día–, sino al contrario.

Los americanos, siempre prácticos, han querido ver en los grandes libros la respuesta más eficaz a una pedagogía sin contenido, en el viejo sentido de lo liberal –o lo culto– que manejaba Oakeshott. En España, de forma aún incipiente, el interés por la lectura lenta parece ir también ganando adeptos. Para iluminar el día a día de su práctica, recomendamos Una educación liberal. Elogio de los grandes libros (Ed. Encuentro), un ensayo inteligente y necesario, escrito por el catedrático de filosofía José María Torralba, seguramente el principal introductor de este movimiento en nuestro país. Para Torralba, «una educación es liberal cuando no tiene como único objeto la cualificación técnica, sino que considera la verdad y el conocimiento, ante todo, como una necesidad básica que nos perfecciona; cuando no teme plantear las grandes preguntas de la vida; cuando se preocupa tanto del cultivo del intelecto como de la forja del carácter; y, finalmente, cuando hace posible la convivencia amistosa entre profesores y alumnos». El medio es la lectura lenta –y acompañada, más que guiada– de los grandes clásicos de la literatura, aprendiendo a pensar con los grandes autores, a compartir sus preguntas y sus inquietudes, y a sopesar sus respuestas que quizás también nos iluminen a nosotros.

La experiencia liberal de la educación no debería ceñirse a los años universitarios –al modo de la prestigiosa universidad de Columbia, por ejemplo–, sino que tendría que empezar mucho antes, en la ESO y en el Bachillerato –o tal vez antes–, preocupándonos menos por la burocracia y los exámenes, y más por las destrezas lingüísticas, el poso cultural, la habilidad para preguntar y para argumentar una respuesta. Pues, «de las lecturas de los clásicos –leemos en Una educación liberal– no sólo se aprenden principios éticos, sino también la forma de encarnarlos personalmente».

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