Diario de Mallorca

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En el cole dibujábamos a Yahveh con un triángulo y un gran ojo en medio. Jesús era Jesús, niño ideal en el pesebre, cristo flagelado, coronado de espinas y crucificado o victorioso y resplandeciente resucitado que poco después ascendía al cielo en un halo de luz cegadora, y el Espíritu Santo era la paloma, aunque mi exceso de racionalismodesde chica encontraba problemas para adecuarlo a esas lenguas de fuego que bajaban sobre las cabezas de los apóstoles el día de Pentecostés. Entre lengua de fuego y paloma, prefería la primera, mucho antes de que saber que era también el símbolo de la paz o que según Alberti se equivocaba constantemente. Pero Dios Padre, que lo veía y lo sabía todo, que había perdonado en el último minuto a Isaac, pero no a su hijo muy amado, precisamente porque amaba muchísimo al mundo, no podía representarse –era muy pequeña y no sabía nada de la Capilla Sixtina y Miguel Ángel, como nada sabrán tampoco los que cursen el nuevo bachillerato- así que la imagen que me viene hoy a la mentees ese ojo en el triángulo. Todo poder, sobrevolando todo sin sujetarse en nada, conociéndolo todo, viéndolo todo, también mi interior.

Hay para ciertos místicos un tercer ojo en cada cualque nada tiene que ver con aquel de inmensa potestad, sino que si sabemos activarlo, ve más allá de lo evidente. Y no sé si tengo ganas de ponerlo en marcha. Para Quevedo, en cambio, el otro ojo distinto a los de la cara no poseía significado esotérico alguno, como bien conoce el ilustrado lector. Pero en verdad, el ojo que me amarga la vida en estos días menguados, es el digital. Ese ojo, a semejanza del que pintaba de pequeña en mi cuaderno de religión, me controla hasta tal punto que si he engordado me manda por el móvil dietas milagrosas, cremas de belleza si me observo las bolsas de los ojos en el espejo, y recetas de potaje de cuaresma, porque sabe que hago abstinencia los viernes. Aunque yo no diga nada, rebusca en mi interior. Ese ojo digital es más poderoso que ninguno. Me vigila a todas horas, conoce mis afanes y no sé en modo alguno quién me librará de él.

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