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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Por encima de todo, la libertad de expresión groseramente conculcada

Se ha perpetrado, en manada, letal ataque al derecho más fundamental de la democracia liberal: el de expresar sin coacciones la crítica a las instituciones

El cartel de la polémica. MANU MIELNIEZUK

A los jueces que demasiadas veces se asemejan a sepulcros blanqueados; al Colegio de Abogados, genuflexo ante la coacción de la Judicatura; al Gobierno de la presidenta Armengol, que alardea de ser de izquierdas; a quienes se han doblegado ante el fascista chantaje de la extrema derecha de Vox, personalizada en la señora Idoa Ribas, inteligente, de hechuras comparables a las de Macarena Olona, probable candidata a la Junta de Andalucía, mujer vocacionalmente iliberal, de armas tomar; a todos, la recomendación inexcusable a que lean Cómo mueren las democracias, majestuoso ensayo de dos profesores de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en el que se destripa cómo el populismo, de derechas e izquierdas, estrangula las esencias de la democracia liberal (la única que moralmente puede reclamarse democracia), cómo se cercenan las libertades públicas, cómo los sistemas iliberales avanzan, cómo la libertad de expresión, elemento trascendente, cúspide de la pirámide, es sistemáticamente vejada, constreñida. Ha sucedido en Hungría, donde de democracia van quedando los despojos; ocurre en Polonia, régimen nacional católico autoritario; aconteció en los Estados Unidos con Trump: se resiste y aguanta a duras penas. Lo padecemos en España, donde abultada nómina de jueces, desinhibidos herederos de la emasculada concepción franquista de la Justicia, se esfuerzan en acogotar a quienes ejercen lo que, ingenuos, creen intocable derecho a expresarse libremente: titiriteros encarcelados; mujeres encausadas porque no se permite la llamada procesión del coño insumiso y demás «ofensas» a los sentimientos religiosos; multas a los que insultan al Rey, la casuística es inmensa. No cejan en el empeño iliberal.

Y ahora, en Mallorca, asistimos, estupefactos, desolados ante la ausencia de reacción contundente, a coaligado embate contra la libertad de expresión por parte de los jueces, secundados por el Colegio de Abogados y el Gobierno balear, en el que su vicepresidente, Juan Pedro Yllanes, de Podemos, juez en excedencia, ha hecho cima en la cordillera de la infamia junto a la consejera Mercedes Garrido, del PSOE, amparados por Francina Armengol. ¿Qué ha acaecido? Es ya conocido: a una mujer, de militancia feminista, aunque eso sea intranscendente, se le ha retirado la viñeta expuesta en los espacios de la Estación Intermodal de Palma. En la viñeta se ejercía, mordaz, hiriente, descarnada, hasta ofensiva, crítica a los jueces por lo que su autora estima comportamiento cómplice con el machismo. Vox, atento, rápido en actuar de acuerdo con sus intereses, que no son otros que los de acabar con la democracia liberal (su modelo es el húngaro), coacciona: exige la retirada de la viñeta. La señora Garrido, en alarde de miseria moral e estulticia política, se niega en el Parlament para, acto seguido, cuando los jueces, cómo no, acuden a expresar su disgusto, rectificar rauda; Yllanes se suma; Armengol, ratifica; el Colegio de Abogados, sumiso, concede. Todos pasan por las Horcas Caudinas del chantaje liberticida de Vox. El embate ha sido monumental. La libertad de expresión, en Mallorca, ha sucumbido. Si la viñeta fuere alegato fascista, quede claro, hubiera tenido el mismo derecho, inalienable, a ser expuesta. Lo opinable es que no se destine dinero público a su promoción.

La fascista extorsión de Vox ha doblegado a jueces, Colegio de Abogados y al Gobierno balear

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Estamos viviendo tiempos trascendentes: la democracia liberal pasa por visicitudes graves, en la Unión Europea, uno de los pocos espacios de libertad que quedan en el planeta, se la está acosando; volvamos a Hungría: Viktor Orbán ha arrasado en las elecciones; fijémonos en Serbia, país en el que un nacionalista populista pro Putin vapulea a la oposición; en Francia, el presidente Macron se las verá con antieuropeístas, estela de Orbán, de extrema derecha, Le Pen, o de extrema izquierda, Mélenchon, al que un populista demagogo, Pablo Iglesias, alaba públicamente: es uno de los suyos. Mal andamos. En Mallorca, peor: aquí se actúa iliberalmente en manada.

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