Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

El declive del independentismo

El aluvión de informaciones de estos días ha restado visibilidad a un dato relevante: según el último barómetro del CEO -el CIS catalán— publicado el pasado jueves y elaborado entre el 17 de noviembre y el 17 de diciembre del año pasado, se ha producido una caída notable del secesionismo catalán: el 53,3% de los catalanes rechaza la separación, mientras que el 38,8% dice estar a favor de formar un Estado independiente. En comparación con el anterior sondeo, se advierte que en once meses el respaldo a la independencia ha caído casi seis puntos.

El sí a la independencia está hoy en su momento más bajo desde 2014. Nunca antes había descendido por debajo del 40% de apoyos. Durante el otoño del 2017, el sondeo del CEO reveló que el independentismo contaba con un 48,7% de adeptos, por un 43,7% de ciudadanos que preferían seguir siendo parte de España. El 1 de octubre de aquel año se celebró el referéndum independentista declarado ilegal. El barómetro recién publicado también identifica a los electores de Junts per Catalunya como los más dispuestos a respaldar la independencia, con el 93%, por delante de los de Esquerra, con el 82%, e incluso de los de la CUP, con un 86%. A la pregunta de cuál es el marco político preferido para Cataluña, el 34% de encuestados opta por una Comunidad Autónoma; el 30,7% prefiere que sea un Estado independiente; el 19,7%, se inclina hacia un Estado dentro de una España federal, y el 8,4%, querría que se limitase a ser una región de España. Más consenso se aprecia en la cuestión de si los catalanes «tienen derecho a decidir su futuro como país votando en un referéndum»: un 72% respalda el sí a esta opción.

Las causas de este enfriamiento del soberanismo catalán son varias y diversas, y he aquí las principales. En primer lugar, la desinflamación proviene del mayor equilibrio territorial del país, en el que la mayoría de gobierno no solo no es antinacionalista sino que integra estructuralmente a una parte importante del nacionalismo catalán. La beligerancia centrípeta de Aznar es ya historia, el centralismo ha quedado relegado a los confines de Vox y la izquierda ha puesto un punto de cordura al tratamiento del problema catalán al haber sustraído el conflicto del plano judicial y devuelto en la medida de lo posible al plano político (los indultos, que han obrado como un gran lenitivo).

En segundo lugar, el referéndum del 1-O representó un baño del realismo para el nacionalismo. Quedó de manifiesto el alto precio que Cataluña debería pagar por promover una ruptura al margen de la legalidad democrática. En términos políticos, Puigdemont no es un héroe en Europa sino al contrario, un aventurero sin crédito ni futuro. El barómetro del CEO no tuvo en cuenta obviamente la imprevisible guerra de Ucrania, pero es evidente que la cotización del soberanismo catalán, que trató de ponerse en un cierto momento bajo el amparo de Putin, ha decaído todavía más con la ruptura abrupta de la paz europea.

El tercer lugar, puede citarse el retroceso del que se ha llamado independentismo táctico que consiste en aparentar una pulsión rupturista cuando lo que en realidad se pretende es conseguir una serie de ventajas: mejor financiación, más competencias, reconocimiento identitario y cultural, etc.

Por último, puede citarse la evolución interna del propio independentismo, tras la digestión de algunos episodios que no favorecieron objetivamente la serenidad, El nacionalismo conservador de Pujol, exacerbado por el propio patriarca para tratar de protegerse de las acusaciones que se le hacían, coexiste ahora con un nacionalismo progresista que da más importancia a la cohesión social que a la cuestión nacional, y que, sin dejar de ser independentista, antepone la racionalidad y la integración social a una ruptura.

El problema catalán, en fin, no se desvanece sino que, en aras de su orteguiana conllevancia, retorna a la racionalidad y a la madurez. Las identidades territoriales fuertes que no desdeñarían la ocasión de convertirse en Estado si se dieran las circunstancias, no siempre han de ser el detonante de un conflicto insoluble sino que, como en el caso de Québec, bien pueden inscribirse en una armonía evolucionada, pacífica y constructiva.

Compartir el artículo

stats