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Ernest Folch

No diga coalición, diga sumisión

Junts y Podemos tienen en común que están atrapados

en un Gobierno que no soportan pero del que no pueden salir

¿Qué tienen en común dos partidos tan distantes como Podemos y Junts? Aparte de odiarse mutuamente, solo una cosa: los dos están atrapados en un Gobierno que no soportan pero del que no pueden salir. Si hablamos del grotesco caso del Gobierno catalán, el último encontronazo propiciado por las declaraciones incendiarias de Gabriel Rufián es solo un ejemplo más en la secuencia interminable de recriminaciones, menosprecios y zancadillas que caracterizan la relación sadomasoquista entre ERC y los posconvergentes. Siempre parece que el último choque sea el definitivo, pero basta una rápida recopilación para darnos cuenta de que el lío matrimonial es estructural: el pacto frustrado de Junts con Sánchez sobre la ampliación del aeropuerto, el desencuentro sonado sobre la Mesa de diálogo a 24 horas de su celebración -que terminó con Junts fuera de la negociación- o la imposible gestión de la desobediencia que dejó fuera de juego a Laura Borràs en el caso Juvillà.

A la vuelta de la esquina esperan crisis inevitables: la visión distinta de los Juegos Pirineos-Barcelona que tienen los dos partidos (empezando por el simple hecho de que no saben ponerse de acuerdo ni siquiera en qué lugares se debe hacer la consulta), o los previsibles rifirrafes que genera periódicamente la Mesa de diálogo, tanto si se convoca como si no se convoca. En cada crisis, el partido que curiosamente más gesticula y más necesidad tiene de hacerse el ofendido es Junts porque es precisamente el que se siente acorralado. Vistas con algo más de perspectiva, las declaraciones de Rufián quizá fueron diseñadas sencillamente para visualizar que Junts no puede dejar el Govern en ningún escenario, ni siquiera en el de la humillación. El todavía partido de Puigdemont ha montado en cólera y algunos de sus miembros han tachado a Rufián de «miserable», pero son incapaces de romper la baraja: la radicalización en la que han entrado en los últimos años solo les permite pactar con ERC, y subsidiariamente con la CUP. Esquerra, en cambio, situada cómodamente en el centro del tablero, puede pactar tranquilamente con PSC y ‘comuns’, ni que sea una abstención.

Los partidos dominantes de ambos gobiernos (ERC y PSOE) saben que los enfadados (Junts y Podemos) no tienen alternativa

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Algo muy parecido sucede en la Moncloa. El giro sorprendente y brutal de Pedro Sánchez con el Sáhara, aparte de traicionar su propio programa electoral, es la última puñalada nocturna a Podemos, obligado a desmarcarse en público del presidente, que ni siquiera se tomó la molestia de avisar a sus socios. Todo esto sucede pocos días después de que el propio Gobierno cambiase su posición con la invasión de Ucrania y decidiera enviar armas a Kiev, provocando un debate encendido en el seno de Podemos. No se sabe cuántos sapos ha tenido que tragarse la formación de Yolanda Díaz, pero lo que sí sabemos seguro es que no romperán con el Gobierno de coalición, algo que Sánchez sabe perfectamente y utiliza a su antojo para hacer lo que más le conviene a cada momento. Ciertamente, las peleas del Gobierno catalán son más estridentes que las del central porque en Catalunya hay una inercia teatral derivada de la traca de momentos presuntamente históricos que hace no tanto vivíamos a diario. Pero los dos, en su inestabilidad, son en realidad muy estables gracias a una misma patología: el partido dominante (ERC y PSOE) somete al dominado (Junts y Podemos) con el mismo sadismo, sabiendo que hay mucho margen para llegar al umbral insoportable de dolor. Fíjense que tras los presuntos apocalipsis de las crisis de Rufián y del Sáhara, las aguas vuelven inevitablemente a su cauce. En política no hay nada más cruel y desesperado que no haber construido alianzas ni tener alternativas.

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