De Voltaire y Saint-Simon a Henri Lefebvre, Morin, Baudrillard o Foucault, la sociología ha sido, fundamentalmente, una actividad intelectual francesa. No es de extrañar, por lo tanto, que la disciplina que analiza lo social haya acudido en ayuda de las empresas demoscópicas para clarificar la deriva política actual. La de Francia especialmente cambiante, pues a las migraciones masivas procedentes de la descolonización se unen las posesiones ultramarinas que mantiene la Quinta República en otros tres continentes e, incluso, en la Antártida, además de la persistencia de nacionalismos irredentos en regiones como Bretaña y la isla de Córcega, donde han vuelto los disturbios tras la disolución, hace más de un lustro, del frente corso.

La política doméstica francesa, además, lleva años de eclosiones inesperadas. Fue pionera en la aparición de un movimiento ultraderechista, que tras una crisis familiar de sucesión entre los Le Pen, se ha dividido definitivamente en dos tras el surgimiento del periodista tertuliano Éric Zemmour, crítico con las políticas reales que el partido de Marine Le Pen lleva a cabo en ciudades y departamentos donde ya gobierna, en especial en las regiones del sur, la "catalana" Perpignan entre otras capitales, cuyo alcalde fue pareja de la mismísima Marine.

La implosión política en Francia no ha afectado solamente a los ultras. En la izquierda hace tiempo que ni el histórico partido socialista francés –el de Mitterrand y Hollande–, ni muchísimo menos el partido comunista –de Marchais–, pintan algo en el panorama real de la gobernanza francesa salvo en París. De hecho, el socialismo más radical ha dado paso al nuevo movimiento de La Gauche con el tangerino Jean-Luc Mélenchon como líder, mientras que el socialismo centrista derivó en la huida de Manuel Valls a una fracasada política catalana así como en el fenómeno liberal de Emmanuel Macron, La République En Marche!

Mientras tanto, el llamado gaullismo que agrupaba a todos los sectores conservadores y liberales en un amplio abanico de centroderecha bajo el paraguas legado por el general De Gaulle, hace tiempo –más de medio siglo– que se subdivide en un abanico de tendencias. Todos sus intentos de reagrupación, ahora con la marca de Los Republicanos, no surten efecto electoral, aprisionados como están entre la extrema derecha lepenista y el pragmatismo amplio de Macron.

Todo ello hace de Francia un hervidero político para cuyo análisis ya no son válidos ni los partidos históricos ni siquiera las ideologías dominantes en el último siglo y medio. Ante esta situación, la empresa demoscópica Cluster 17, dada la inminencia de las elecciones presidenciales (cuya campaña se inicia el próximo 28 de marzo para dar lugar a una primera vuelta de las votaciones el 10 de abril), ha creado una serie de perfiles electorales mediante los que dibuja con mayor precisión a la nueva sociedad francesa. Dieciséis perfiles, ninguno de los cuales superaría el 10% de la población electoral actual que ronda los 50 millones de inscritos.

Cluster 17 establece categorías como "multiculturales" o "identitarios" que responden a parámetros más recientes, pero también se incluyen perfiles como "rebeldes", "apolíticos" o "refractarios" que hunden sus raíces en movimientos más arcaicos. Del mismo modo mantiene conceptos clásicos como son los de "socialdemócratas", "conservadores" y "liberales", aunque matizados por "progresistas", "centristas" o "socialrepublicanos". Completan el mapa electoral los "solidarios", "eclécticos", "euroescépticos", "socialpatriotas" e incluso "antiasistenciales". La empresa de análisis aclara, del mismo modo, que los diferentes perfiles pueden decantarse por cualquiera de las candidaturas en liza, de tal suerte que, tal vez, existan socialdemócratas que voten a Le Pen (en porcentajes menores, claro está), o rebeldes que lo hagan por Macron, e incluso conservadores que sigan a Mélenchon, amigo de nuestro Podemos.

En España, sin embargo, no hemos llegado a estos afinamientos. Y eso que, cada vez más, los esquemas tradicionales de la política dejan de ser útiles para reconocer el funcionamiento electoral de fenómenos como el independentismo catalán o el ayusismo madrileño, por citar solo dos de los más evidentes. La óptica más compleja de la realidad social, camino de un escenario post-ideológico, nos podría llevar a preguntarnos por cuestiones tales como la persistencia de la simbología comunista en formaciones como Podemos, la defensa del franquismo en Vox, el trasvase de votantes de Ciudadanos al extremismo o la vocación historicista del PSOE, por no hablar de esa manifestación tan local, la dualidad catalanista-blavera, que todavía no superan ni la derecha ni la izquierda valencianas. La paradoja es la siguiente: los políticos cada vez analizan con el trazo más grueso, burdo y polarizado, mientras la realidad de las personas se vuelve más fina, matizada y dinámica.