Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

La covid ha causado la guerra

El silencioso desembarco de la séptima oleada de la pandemia sirve de trampolín para entender que se está librando la primera guerra causada por la covid. No se trata de dramas simultáneos o vinculados. Se intentará demostrar que el aislamiento enfermizo de Vladimir Putin durante el imperio del coronavirus endureció sus obsesiones, y facilitó la invasión de un país fronterizo con una saña que Europa no contemplaba desde la Segunda Guerra Mundial. Contraejemplo: Los canales de comunicación entre Kennedy y Khruschev, hoy desactivados entre sus sucesores, resolvieron sin muertes el conflicto de los misiles en Cuba.

Veinte años atrás, Putin intervino en alemán ante el Parlamento germano. Homenajeó al idioma de Goethe, Schiller y Kant, a quienes citó. Capitaneó «las ideas de democracia y libertad». Fue interrumpido en 16 ocasiones por los aplausos de los diputados, que lo despidieron puestos en pie con una ovación. Frente a la tentación de hablar de hipocresía a dos bandas, no mentían ni el ruso ni sus anfitriones. Simplemente, buscaban un punto de encuentro imposibilitado por las restricciones y el pánico al contagio del virus.

Tres meses antes de su aclamación en Berlín, el presidente ruso y George Bush mantuvieron una cumbre en Eslovenia. Le preguntaron al líder Republicano de las absurdas guerras de Afganistán e Irak si Estados Unidos podía fiarse del dirigente ruso. La emotiva respuesta: «Sí, le he mirado a los ojos y lo he encontrado directo y digno de confianza. He podido hacerme una idea de su alma».

De nuevo, y al margen de la torpe confusión de Putin con Gorbachov a cargo de un Bush que no sabría distinguirlos, la empatía artificial era fructífera para el planeta. La pandemia nos ha convertido en enemigos de cada vecino, de cada familiar, todo contacto humano adquiría el rango de sospechoso hasta el punto de limitarse legalmente. La imagen de Cherie Blair besando al presidente ruso parece hoy obscena por demasiados conceptos, pero tal vez estaba evitando una guerra.

Y así sucesivamente. Se tiende a hablar de rendición de Occidente a Moscú, pero esta labor de apaciguamiento mantuvo el sosiego planetario durante más de veinte años, por mucho que ahora se confunda con el triste papel jugado por Chamberlain frente a Hitler en Múnich. Pactar con el tirano solo es estéril cuando no funciona, como todo en el llamado arte de lo posible.

Los dueños de la guerra son los primeros en reconocer que la incomunicación produce monstruos, de ahí el estallido en Ucrania de la primera guerra del confinamiento. No debe extrañar que Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, haya advertido que la invasión a cargo de Rusia se corresponde con la «nueva normalidad». La asimilación del léxico de las catástrofes nunca es casual.

Putin no ha cambiado tanto como pretenden quienes le homenajeaban, solo se ha ensimismado. Desde siempre ha resuelto su impaciencia con el asesinato, donde vuelve a ser el adolescente que a los 16 años solicita el ingreso en la KGB. Durante su aceptación occidental mataba individualmente, la soledad le lleva a la matanza a granel. Es más fácil guerrear contra quienes hace años que no ves, una ampliación de los mortíferos pilotos de dron que solo arriesgan un retraso en la hora de la cena.

El único flanco abierto a la esperanza consiste en que los lugartenientes de Putin no han participado del blindaje frente al exterior que en España cursó con el apelativo de síndrome de La Moncloa. El almirante americano James Stavridis, que fue comandante supremo de las fuerzas de la OTAN, garantiza que los generales rusos y americanos «tienen comunicaciones muy abiertas» para lograr la «deconfliction» o desactivación de conflictos inesperados. Malos tiempos, cuando la paz es un asunto exclusivamente militar.

Compartir el artículo

stats