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Juan José Millas

TIERRA DE NADIE

Juan José Millás

Siete por dos, catorce

Me siento en una terraza al sol, pido un café cortado y me dedico a ver los cuerpos que pasan por la acera. En realidad, solo me fijo en sus cabezas, de manera que llega un momento en el que la calle se llena de cabezas flotantes. Agobia ver tantas cabezas juntas. Algunas están a punto de chocar entre sí porque es un día de gran actividad comercial en esta calle céntrica. Tras tomarme el café, mi cabeza se levanta y se une al conjunto de cabezas que van calle arriba y calle abajo, que entran y salen de los bares, de las tiendas, de los portales. Trato de imaginar qué hay dentro de cada una de ellas, si alegría, si desesperación, si esperanza, si la tabla de multiplicar. Yo, a veces, voy por la calle repasando la tabla de multiplicar porque mientras hago eso no pienso en otra cosa. No pienso en el pacto de rentas, del que voy a salir perdiendo sin duda alguna. No pienso en Putin ni en las armas nucleares, no me pregunto si me he dejado encendida la luz del cuarto de baño. La tabla de multiplicar es muy liberadora, pero tienes que sabértela.

Imagino un debate de televisión en el que una de estas cabezas me espeta:

-Para usted todo es muy sencillo porque usted se sabe la tabla de multiplicar.

-Pero he tenido que hacer el esfuerzo de aprendérmela -respondo con el tono de los que dicen haberse hecho a sí mismos.

No solo me sé la tabla de multiplicar. Me sé el Padrenuestro y el Salve María y la lista de los reyes godos. Me sobran recursos para hacer frente a los ataques de angustia proporcionados por los telediarios. Me viene a la memoria el hecho curioso de que fumé durante muchos años después de que me lo hubiera prohibido el médico. ¿Durante cuánto tiempo seguiré viendo telediarios que me enferman? ¿Cuándo lograré quitarme de ellos? ¿Todas estas cabezas con las que me cruzo ven los telediarios? ¿Los ven con la misma ansiedad con la que los veo yo?

Acabo de entrar en unos grandes almacenes y he tomado las escaleras mecánicas por hacer algo. En las escaleras mecánicas se acentúa la sensación flotante de las cabezas de mis contemporáneos. Produce cierto desasosiego verlas desplazarse en el aire. Siete por una es siete, siete por dos catorce, etcétera.

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