Con ocasión de un encuentro internacional entre representantes institucionales celebrado en Burdeos hace doce o trece años, nos llevaron a visitar unas bodegas, acabando la visita en un espacio comercial dedicado a la venta del vino que se producía en la finca. Llegamos allí en autobús, unas treinta o cuarenta personas procedentes de diversas regiones españolas y de algunos países europeos (incluyendo Rusia).

La tienda tenía ordenadas las botellas por precio, es decir: hasta 30 €, de 30 a 50 €, de 50 a 100 € y más de 100 € -más o menos-, de manera que de derecha a izquierda estaban los correspondientes estantes con los productos expuestos de esa forma para facilitar la compra y orientar al visitante.

En eso que llegamos a la puerta y casi todos nos dirigimos a la parte derecha, esto es, el lugar en que estaban los vinos de hasta 30 € o 50 €, menos los representantes rusos que se encaminaron directamente hacia el lado contrario, en el que se exponían las botellas más caras. Fue automático e incluso nos llamó la atención. Igual que nos sorprendió que, al irnos, todos salíamos con una o dos botellas, como máximo, a modo de recuerdo, mientras los rusos aparecían cargados con cajas y lotes enormes, sólo de los vinos más caros, además.

He vuelto a pensar en esto, ahora, cuando Rusia -con el Presidente Putin a la cabeza- no ceja en su afán por imponer a los demás su modo de ver las cosas, aunque sea a la fuerza y sin el más mínimo respeto al derecho internacional ni a los derechos humanos, puesto que aquella prepotencia y modales de nuevo rico no podía deparar nada bueno. Imagino que anécdotas parecidas han sucedido muy a menudo en comercios y establecimientos turísticos, en los que clientes de aquella nacionalidad han solicitado siempre lo más caro y exquisito, sin reparar en gastos, y a menudo haciendo gala de su falta de educación.

Es incomprensible para nosotros -los occidentales- lo que está pasando estos días, y por eso se nos hace tan difícil reaccionar con lógica, pero, en el fondo, la realidad es que aquellos comportamientos y las barbaridades que actualmente se están cometiendo responden al mismo espíritu de matón de barrio o gallito de patio de colegio (sólo que con armas nucleares, por desgracia).