Las Furias, deidades ancestrales recogidas por la mitología grecorromana, eran las diosas vengadoras más temidas y poderosas. Se las representaba como demonios femeninos alados, con el pelo lleno de serpientes, un puñal en una mano y una antorcha o un látigo en la otra. Su misión era castigar a aquellos que perpetraban crímenes, persiguiéndolos sin descanso, castigando con especial atención «el perjurio, la violación de los ritos de hospitalidad y, sobre todo, los asesinatos contra la familia. El culpable, exiliado, errará perseguido por ellas hasta que purifique su crimen, con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas».

Según avanzaba el sistema patriarcal, estas fueron desapareciendo de la galería de deidades. El ideal femenino eran las madres abnegadas, alcanzando su culmen con el cristianismo, con la virgen María como máximo referente; las mujeres podían ser sumisas o malignas, pero en ningún caso poderosas o amenazantes. La sumisión femenina debía ser la norma y aquellas que intentaban zafarse de ese mandato patriarcal fueron perseguidas y exterminadas como brujas, o encerradas en manicomios o cárceles.

Las mujeres ya no dábamos miedo, hasta que en tiempos contemporáneos nos hemos ido organizando. Las feministas, a modo de las Furias actuales, señalamos y denunciamos los crímenes contra las mujeres, acusando a los agresores, exigiendo justicia contra los atropellos a nuestra dignidad y libertad. Denunciamos la violencia machista en sus diferentes formas o la brecha salarial que permite que las mujeres cobremos menos que los hombres por trabajos del mismo valor, o nos ponemos en primera fila para defender el planeta de la destrucción, por ejemplo. Y como Las Furias, somos temidas por los hombres reaccionarios y machistas, opuestos a estas justas y básicas reivindicaciones.

De ese temor masculino nace el odio misógino. Actualmente el partido Vox es el exponente más claro; un partido que entre sus prioridades está acabar con las leyes de protección a las mujeres contra la violencia machista y las leyes por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Pero no están solos en estos mensajes antifeministas, solo hay que entrar en las numerosas webs de machistas para comprobarlo.

Ese odio está sustentado por el hecho de que el feminismo conlleva la posibilidad cierta de ofrecer un modelo de vida alternativo al desarrollado por el patriarcado en estos miles de años de civilización humana. Nos odian porque representamos un cambio posible, una alternativa sólida, porque cada vez hay más mujeres a nuestro lado.

Nuestra fuerza surge de lo justo de nuestras reivindicaciones. Mujeres de todo tipo y condición, al margen de la edad y otras características, cada vez tenemos más claro que hay un sistema que nos oprime, y juntas luchamos contra esa realidad.

Y cada vez tenemos menos miedo. Lo vengo comprobando en los más de 20 años en los que imparto talleres de autodefensa. Lo que más costaba era ensayar a gritarle a un agresor, debido a que llevamos muchos decenios de adoctrinamiento de cómo debe gritar una mujer, siendo el cine un eficaz maestro. Son centenares las películas de miedo o suspense en las que la protagonista se pasa buena parte del metraje chillando histérica mientras espera a que el prota la salve, incapaz de reaccionar de otra manera ante una amenaza real. Incluso hay un subgénero cinematográfico denominado así: Yelling ladies, mujeres chillonas. En los talleres de autodefensa debíamos ensayar mucho un grito contundente, potente, asertivo… Hace pocos meses di unas sesiones en el Casal de Barri Joan Alcover y fue la primera vez que el grito les salió a la primera; las participantes, entre los 30-40 años dieron un grito guerrero desde la primera intentona. El sábado pasó lo mismo en el grupo de la asociación de vecinas de Canamunt. Esto me pareció una buena señal de la evolución de las mujeres, un indicio de que no hay vuelta atrás. Pese a quien le pese, juntas somos imparables, como dice la consigna del 8M de este año.

Nos vemos esta tarde en la manifestación, a las 19h en Plaza de España, gritando, denunciando, señalando. ¡Imparables!