La historia será implacable con sus protagonistas que pretendieron amortiguar los vicios privados bajo el estruendo de la tragedia de Ucrania. El calafateado de la imagen de Juan Carlos I mediante una amnistía fiscal unipersonal se corona con un pretendido comunicado, que resume las negociaciones en que los dos Reyes se cubren las espaldas, con el mayor repartiendo las cartas. Yo vengo sin venir en mí, Tú "respetas y comprendes" sin autorizar ni comprometerte. Es difícil trazar un retrato más ajustado de los reinados de los dos últimos jefes de Estado.

Hijo y padre están tan atareados, con el bofetón de la huida "para facilitar el ejercicio de tus funciones" en flagrante acusación de incompetencia, que olvidan que su zapatiesta tiene un público millonario y sometido a las vicisitudes de una guerra en el vecindario. Putin ha arrinconado a Juan Carlos I, a ningún español le preocupa dónde pernocte el Rey que cada década jura que no volverá a matar un elefante, "lamento sinceramente" en la versión de hoy.

En el ánimo por zancadillear a su hijo, Juan Carlos I describe una agenda que le permitirá vivir como un oligomonarca en tiempos de guerra, y protegido con fondos públicos. Por si los misiles llegan a España, advierte que "he encontrado tranquilidad en Abu Dabi", elogia la "magnífica hospitalidad" de los Emiratos. En su encomio de este enclave democrático, solo le falta anunciar que ha transferido allí sus millones suizos. Y como los oligarcas, se reserva las estancias veraniegas en el Mediterráneo. La dolce vita.

Juan Carlos I no ha asumido la sucesión al trono, Felipe VI no ha sabido de momento fortalecer su figura. El oligomonarca español sigue exigiendo un muro "en mi ámbito privado, que solo a mí me afecta". Han tenido suerte de que el sainete palaciego sorprenda a la población atribulada por una crisis seria, a vida o muerte.