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Ruth Ferrero

Europa ante la guerra: tomar decisiones

Llevamos una semana de guerra en Europa. Durante estos días de encogimiento en el estómago, tanques y destrucción, han sucedido muchas más cosas en el marco del proceso de toma de decisiones europeo que durante la última década, o quizás es la percepción general.

Desde hace años se habla en Europa de autonomía estratégica. De la necesidad de tener un marco de actuación propio al margen de Washington. La Estrategia Global de la UE de 2016 la definió como la «capacidad para actuar de manera autónoma cuándo y dónde sea necesario, y con los socios siempre que sea posible». Y muchos son los líderes europeos que la han defendido: Mogherini, Merkel y más recientemente Borrell, que además añadía la necesidad de que Europa aprendiera a hablar el «lenguaje del poder».

Y en esto estaba la UE cuando se despertó con la pesadilla de la guerra en sus fronteras más inmediatas. Ucrania invadida y en llamas. Frente a la escalada de tensión que se vivió durante los meses, semanas y días previos a la invasión protagonizada por Rusia, y Washington en un rincón, la triste Europa esperaba a recibir instrucciones desde Washington sobre el futuro de la arquitectura de seguridad europea. Francia y Alemania actuaron como apoderados de una UE que no solo no tenía voz propia, sino que tampoco hablaba el lenguaje del poder. La vía diplomática en la que muchas creíamos tuvo un estruendoso fracaso. El resultado, la guerra.

A partir de ese momento, la gran máquina burocrática se puso en marcha con el único objetivo de frenar una invasión a la que nadie daba crédito. Varias son las medidas que se han adoptado hasta el momento. Por un lado, vía paquetes de sanciones, fundamentalmente de tipo financiero, que pretenden ahogar la posibilidad de financiar la guerra. Por otro, se ha adoptado también la controvertida decisión de enviar armas a la resistencia ucraniana para que pueda ejercer su legítimo derecho a la resistencia frente al invasor. La combinación de ambas estrategias enfangaría a Putin en una guerra en Ucrania pensada para ser relámpago, situación que, dilatada en el tiempo, sería muy complicada de mantener económicamente y de explicar a su ciudadanía. La esperanza última sería la de la consecución de un golpe palaciego que terminara con el régimen de Putin.

Este sería el plan ideal, pero ¿y si esto no funciona? ¿Cuál es el plan b? ¿Qué sucederá con las armas entregadas a la población civil tras el conflicto? Hay que ser consciente de los riesgos que tiene también para la UE una prolongación del conflicto durante mucho tiempo. Los efectos económicos de estos paquetes de sanciones, sin contar con las contrasanciones que podría imponer Rusia, podrían ser devastadores para la potencial recuperación que los europeos esperaban. ¿Aguantarán las sociedades europeas la presión, la escasez, la subida de precios y la amenaza? ¿Hasta cuándo? Nadie puede responder a estas preguntas con certeza.

Confiemos, por el momento, en que este movimiento estratégico del Kremlin sea el principio del fin del régimen. Pero ¿saben qué sucederá el día después? Que nadie hará autocrítica de los errores cometidos. Nadie reconocerá que la complicidad de Occidente fue la que mantuvo durante 22 años en el poder a un sátrapa, que Occidente y sus intereses se enriquecieron gracias a los vínculos económicos y comerciales relacionados con las redes oligárquicas que sostienen a Putin en el Kremlin y que nadie dijo nada cuando durante años se vulneraron de manera sistemática los derechos humanos de los chechenos. Todos culparemos a los deseos imperiales de un enajenado de lo acontecido, sin aceptar jamás nuestra propia responsabilidad en haber ido alimentando a un monstruo a lo largo de los años.

No, Europa no saldrá de esta guerra más fuerte ni más unida. De esta guerra, la UE saldrá más dependiente de EEUU, mas militarizada, menos social y con menos voz en el mundo. La autonomía estratégica pensada con tanto mimo ha dejado de existir sin haber nacido. No se engañen: lo que estamos viendo estos días es un espejismo, acciones reactivas que no significan necesariamente más cohesión entre los Estados miembros, sino que es un cierre de filas ante el miedo.

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