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Antonio Papell

El ciclo de Feijóo

Pablo Casado, hijo de un oftalmólogo palentino, perteneciente a la clase media educada de este país, comenzó muy prematuramente una carrera política —a los 24 años era presidente de Nuevas Generaciones— que le impidió digerir una adecuada preparación universitaria. Por las circunstancias conocidas, alcanzó la presidencia del PP demasiado bisoño y en horas dramáticas de su partido, en un momento de fuertes divisiones internas, aupado más por los enemigos de Soraya Sáenz de Santamaría que por sus propios adeptos, y ha mantenido una ejecutoria digamos que irregular como líder de la oposición desde julio de 2018 y hasta su próximo e irremediable relevo. Agobiado por la emergencia de Vox, que le obligaba a impedir ante todo un destructivo sorpasso que podía (y puede) llegar en cualquier momento, no ha sabido encontrarle la medida al cargo, ni dotarse de un equipo solvente, ni diferenciar los temas polémicos y opinables de los asuntos de Estado. Tampoco ha sabido controlar bien el aparato político del PP, y la simple guerra con Ayuso, potente presidenta de Madrid, en la que se han usado malas artes (lo del espionaje ha sido inaceptable), le ha hecho perder el equilibrio. La caída de Teodoro García Egea, un maquiavelo rústico que desempeñaba un poder cuasi tiránico, no ha sido suficiente para salvar la estabilidad del líder, que había demostrado impotencia —el relativamente mal resultado en Castilla y León ha sido el último contratiempo—.

En estas circunstancias, y dada la manifiesta falta de banquillo en un PP que había jubilado a toda la generación de Rajoy, la única apuesta segura parece ser Núñez Feijóo, quien ha obtenido como se sabe cuatro mayorías absolutas en Galicia, región en la que Vox no tiene representación autonómica. Feijóo tiene 61 años (cuatro menos que Rajoy) y si se exceptúan unas antiguas fotografías con un narcotraficante, que han dado lugar a especulaciones infinitas, no tiene más cadáveres conocidos en el armario.

La tarea que le aguarda a Feijóo no es sencilla. Por una parte, tendrá que pacificar el PP, donde estos días el sector ayusista ha mantenido la increíble tesis de que, puesto que Isabel Díaz Ayuso es una persona honorable, no tiene que dar explicaciones de las relaciones de su hermano con la Administración madrileña. El PP, por razones obvias, ha de ser especialmente cuidadoso con cuanto pueda rozar la corrupción, y Díaz Ayuso ha de dejar de considerar este asunto como algo personal.

De otra parte, Feijóo debe fijar su estrategia con respecto a Vox, que, según las encuestas, podría estar alcanzando al PP en apoyos electorales… De momento, su posición es ambigua, se vincula a la estabilidad; hay que señalar que la estabilidad es siempre compatible con el cordón sanitario, salvo cuando los ultras alcanzan la mayoría absoluta (en Perpiñán, por ejemplo).

Una vez resueltas estas cuestiones (la de Vox es perentoria ya que parece que Mañueco estaría dispuesto a pactar con los radicales), Feijóo tendrá que dotarse de un equipo —¿quién dirige la economía en el PP?—, de un programa y de un estilo de oposición. Ha sido inteligente declarar que no viene a la política a insultar a Sánchez sino a ganarle, lo que parece augurar que no piensa buscar la crispación para desgastar al poder. Los analistas que más conocen a Feijóo afirman que es un adversario duro y correoso, y que haría bien preocupándose el PSOE por su llegada al ring. Más bien habría que pensar que es una gran noticia que vayamos a asistir a un juego parlamentario lleno de argumentos y capaz de contrastar opciones de avance, y no reducido a un diario cruce de descalificaciones y dicterios.

Estamos, en fin, a la espera de acontecimientos, pero ya puede decirse que este país daría un salto cualitativo si Feijóo, en prueba de un nuevo estilo, se prestara de inmediato a renovar el Consejo General del Poder Judicial con la gente adecuada —sin concesiones al partidismo disolvente y escandaloso— y ofreciera a Sánchez un pacto leal para colaborar en el proceso de recuperación económica. De cualquier manera, no hay que perder la esperanza en que este relevo sirva al menos para elevar la calidad de la política en este país.

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