A nadie le va a sorprender la afirmación de que Vladímir Putin es una grave amenaza para la estabilidad y la paz en el continente europeo. El mandatario ruso dirige su país de manera autoritaria, mediante un sistema que formalmente parece una democracia pero que no lo es, en el que la presidencia dispone de amplios poderes para hacer lo que le plazca, donde se clausuran medios de comunicación críticos como MBH Media o Open Media Projects, y los opositores acaban en prisión o muertos, ya sea por protestar o por tratar de plantear opciones políticas diferentes, como en los casos de Nemtsov, Litvinenko o Golovliov.

Tampoco sorprende que Putin, en las dos décadas que lleva a las riendas de Rusia, disponga de una agenda para desestabilizar las democracias occidentales, principalmente la Unión Europea, y también los Estados Unidos, su gran antagonista histórico, una agenda que no se basa únicamente en sus fuerzas armadas. Todos podemos recordar los oscuros nexos descubiertos entre la campaña electoral de Trump y el régimen ruso, fruto del interés del Kremlin en que en la Casa Blanca hubiera un presidente que trabajara desde dentro para debilitar la OTAN y otros organismos internacionales como la OMS o la propia ONU, tal y como acabó ocurriendo.

En Europa el camino de esa desestabilización democrática ha sido parecido al de los Estados Unidos, favoreciendo la desunión entre los países europeos, y fortaleciendo a formaciones políticas o mandatarios que se ajustaran a su agenda política, estrategia que ha tenido bastante éxito en diversos lugares. Los tentáculos que el Kremlin ha utilizado en Europa son los partidos de extrema derecha, tal y como afirma el informe elaborado por la Eurocámara. Estos partidos en algunos países han alcanzado el gobierno, como en Hungría o en Polonia, y en otros se han reforzado enormemente, como en Italia con la Lega de Salvini, o en Francia con el Frente Nacional de Marine Le Pen. Todos estos partidos y movimientos de extrema derecha comparten mucho con Putin: Comparten ideario, con una agenda antifeminista, lgtbi-fóbica, xenófoba, nacionalista, militarista y ultraliberal en lo económico. Nadie a estas alturas se cree que Putin sea comunista, de hecho el Partido Comunista Ruso es lo poco que queda de la oposición rusa, y están ahora mismo siendo arrestados y encarcelados por oponerse a la guerra. Los partidos de extrema derecha también comparten vínculos económicos con el gobierno ruso, que ha estado regando con dinero a estas formaciones desde hace bastante tiempo. Y hablamos de millones de euros.

Ante este panorama, creo que a nadie debería sorprenderle la afirmación de que el tentáculo de Putin en España es el principal partido de la extrema derecha, Vox. Está sobradamente demostrado que su principal pata ideológica, la organización Hazte Oir, ha recibido dinero ruso. Su línea política es calcada, defienden las mismas cosas: menos derechos para las personas, si es que siguen considerando personas a la comunidad lgtbi+, a los inmigrantes o a las feministas; nacionalismo extremo, y una agenda camuflada destinada a favorecer a las oligarquías económicas de este país, desmontando de paso el Estado del Bienestar y los servicios públicos. En definitiva: un debilitamiento de nuestra democracia pagado con rublos, del que Santiago Abascal debería dar explicaciones de manera inmediata.

En Podemos lo hemos dicho ya muchas veces: Vox, al igual que Putin, es un peligro para la democracia. Un peligro real. Y ahora se les ha destapado el chiringuito porque el presidente ruso le ha lanzado un órdago a la comunidad internacional en Ucrania, que su población civil está pagando con sangre. No podemos quedarnos ni callados ni quietos ante la amenaza que representa la extrema derecha, ni ante la posibilidad de que el Partido Popular le otorgue cuotas de poder a los amigos de Putin, cuando se han dedicado a confraternizar con ellos desde hace años. En estos momentos la UE está siendo amenazada desde el exterior, con una guerra en Ucrania provocada por el régimen ultraderechista ruso, y también desde el interior, con una multitud de partidos y organizaciones de extrema derecha que pretenden erosionar los valores y las instituciones europeas. Estas organizaciones ahora reculan, tratan de borrar y ocultar información de sus relaciones nefandas, como Abascal eliminando sus tuits de admiración a Putin, o Marine Le Pen ocultando los folletos en los que aparece en una foto con él. No debemos olvidarlo.

Cada voto a Vox es un voto para el debilitamiento de nuestra democracia y de los valores europeos de justicia social y Derechos Humanos. Cada voto a la extrema derecha nos acerca al abismo. Igual que hemos dicho muchas veces ‘No a otras guerras’, sean en Irak, Siria o Yemen, ahora hay que decir ‘No a la invasión rusa de Ucrania’. Es un ‘No a la guerra’ desde el ‘Sí a la solución pacífica’, a la desmilitarización de la región y al diálogo.