Pasó la Diada. Ha sido un fin de semana largo y repleto de actividades. La imagen del Parc de la Mar y del Paseig del Born era magnífica. No podíamos olvidar que este mismo fin de semana hace dos años, nos adentrábamos con estupor e incertidumbre en la profunda crisis que ha supuesto la pandemia. Me detuve en los numerosos puestos que vendían alimentos y productos locales. Por todos lados me llegaban imágenes que evocaban la cultura payesa de estas islas. Llevo tiempo preguntándome qué piensa realmente la sociedad balear de su propio campesinado. Cuál es la imagen que se ha construido del payés a partir de la historia lejana y reciente. Qué imagen construimos y transmitimos los medios de comunicación, las administraciones, los partidos políticos, y también los propios agricultores y agricultoras y sus organizaciones. Entre tanto estímulo, trataba de separar la paja del grano, y descubrir que idea se trasladaba del sector agrario en la celebración del día autonómico.

Lo imaginario es un conjunto real y complejo de imágenes mentales, independientes de los criterios objetivos de verdad, y producidas en una sociedad a partir de creencias, herencias, y creaciones relativamente conscientes. Si hay un grupo social que haya elaborado imágenes simbólicas de toda sociedad, es precisamente el campesinado. Reproducimos canciones, trajes, expresiones, alimentos, tradiciones, fiestas y partir de estos elementos construimos los modelos de campesino y agricultor que luego utilizamos para justificar discursos y tomar decisiones. El problema es que tanto en la comunicación política como en la comunicación de masas, damos más peso a estos campesinos imaginados tradicionales, que a la nueva realidad que se abre paso con formación, innovación, inversión y mucho empeño. Me gustaría que cada cual pensara en qué tipo de agricultor ponemos el foco y si somos capaces de comunicar con perspectiva de futuro, cosa que sí hacemos cuando hablamos de otros sectores de la sociedad y de la economía.

Si hay un grupo social que haya elaborado imágenes simbólicas de toda sociedad, es precisamente el campesinado

Recientemente he leído el libro de nuestro compañero Mateu Morro La agricultura mallorquina del siglo XX (1891-1960), un libro delicioso que ayuda a conocer y comprender. El libro analiza las causas y los hechos que permitieron que la agricultura mallorquina se desarrollase con un fuerte dinamismo, y luego los procesos que la llevaron a su colapso y la crisis. Uno de los imaginarios que transmite el libro es el de un campesinado muy valiente y lleno de coraje que aprendió a superarse y adaptarse. A lo largo de la historia, toda política agraria ha proyectado un concepto de lo agrario, y lo ha desarrollado a través de programas y medidas. Con la política agraria definimos el concepto de agricultor de empresa agraria o de empresa agroalimentaria que queremos promover y los retos que deben enfrentar. Sin embargo, no podemos – ni queremos – desligarnos del peso de la tradición y eso hace que una de las dificultades de las políticas agrarias sea combinar estos dos tiempos, sabedores de que si hay futuro, es precisamente porque hay arraigo al pasado.

Finalmente, también la payesía transmite una imagen de sí misma que debería repensar. Quizás sea esta comunicación la más determinante para su futuro y debería ser mucho más estratégica. También en este escenario se produce una tensión entre aquellos que siguen transmitiendo solo imaginarios, de aquellos otros que quieren proyectarse como algo distinto. Tradicionalmente el sector se ha comunicado con la sociedad demandando la acción pública para resolver aquello que escapa de sus manos, pero al mismo tiempo, manejaban la desconfianza y el recelo frente a una administración que la consideraba ajena, ignorante y desconocedora de su realidad. Esta tensión se traduce en una mezcla de resistencia y protesta que no siempre deja espacio para la comunicación positiva que necesitamos. En definitiva, si apostamos por el futuro de este sector ha llegado el momento de repensar nuestros imaginarios campesinos.