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Olga Merino
Guerra de Ucrania: la tragedia que comenzó a mascarse hace 30 años
La terrible invasión de Ucrania, de consecuencias imprevisibles, tal vez habría podido evitarse con diálogo y la ‘finlandización’ del país
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Guerra de Ucrania: la tragedia que comenzó a mascarse hace 30 años.
Desolación. Rabia. Ganas de abjurar de la especie bípeda. Profunda tristeza y desconcierto. Ni en la más oscura de mis pesadillas habría imaginado que las bravatas de Vladímir Putin culminarían en la invasión de Ucrania, como tampoco lo vislumbraba el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien la semana pasada aseguraba: "No hay motivo para el pánico". Podían aventurarse escaramuzas en la región del Donbás, dividida en los ‘oblast’ (unidades administrativas) de Donetsk y Lugansk, cuya independencia ya ha reconocido el Kremlin, pero jamás de los jamases que los tanques rusos alcanzarían Kiev. De nuevo el filo de la guadaña se cierne sobre la vieja Europa, donde cada centímetro de frontera es una cicatriz mal cosida. Sangre, refugiados, vidas rotas, economías devastadas… ¿Otra vez? ¿Qué locura es esta?
Hablo con Yuri, mi gran amigo ruso; aunque en Moscú parece que no suceda nada, la tensión se palpa en el aire frío. Pocas personas se atreven a protestar contra la guerra en un país donde las manifestaciones están prohibidas. Colas en los bancos. Gente que deambula triste y desorientada. El barrunto de que el giro dramático de los hechos les infligirá daño, mucho daño. Vergüenza. ¿Cómo ha podido suceder?
Un ‘fatum’ implacable, entre la sumisión y la violencia, parece cernirse sobre esas tierras
Una geografía mansa, de inmensas llanuras cereales, difumina el concepto de frontera entre ambos países, sobre todo en lo que se refiere a la mitad oriental de Ucrania. Rusos y ucranianos son pueblos hermanos, con dos lenguas similares y siglos de historia en común, a menudo trágica, pues se encadena en ella una sucesión de pesadillas tenebrosas: la revolución, la guerra civil, la colectivización agraria y la consecuente hambruna (el ‘holomodor’ causó en Ucrania entre 1,5 y 5 millones de muertos), las purgas estalinistas, el gulag, la sangría de la contienda mundial, el fiasco soviético y postsoviético. Y ahora una "operación militar especial" de consecuencias imprevisibles. Parece que se cierna sobre esas tierras un implacable ‘fatum’, el de "estar atrapado entre la servidumbre y la anarquía, entre la resignación y la violencia", escribe Natacha Wodin en la sobrecogedora obra ‘Mi madre era de Mariúpol’ (Libros del Asteroide).
Este nuevo zarpazo, la invasión, resulta injustificable, no tiene disculpa desde cualquier punto de vista, pero Putin, un tahúr maléfico con mejores cartas que las que sospechamos, no es el único culpable del descalabro. El guiso infame comenzó a cocerse hace 30 años. Cuando la ‘perestroika’ de Mijaíl Gorbachov, cuando se vislumbraba el fin de la Guerra Fría, se habló de la construcción al fin de una casa común europea, con su seguridad integrada, a cuya puerta llamó Moscú. Pero no. Estados Unidos, con la aquiescencia de una Europa sumisa, fue estrechando el cerco, extendiendo la OTAN hacia el Este, aprovechando el desbarajuste infernal que se vivió bajo la presidencia de Boris Yeltsin… ¿Contra quién se expandía la Alianza?, ¿quién era entonces el enemigo? De la misma forma, en los años 90, se introdujo la reforma neoliberal, una ‘terapia de choque’ jaleada por Occidente en la creencia de que las leyes del mercado regularían por sí mismas el pandemónium, un cambio brutal, una herida profunda, un proceso en el que tanto Rusia como Ucrania vieron saqueadas sus economías y recursos. En su momento, el economista Grigori Yavlinski llegó a diseñar una especie de plan Marshall para que los poderes financieros internacionales ayudaran a la URSS durante el dramático tránsito hacia la economía de mercado, un proyecto que no cuajó. Permitir el derrumbe de la URSS salía más barato.
El factor Putin responde en parte a la humillación histórica tras la caída de la URSS
El factor Putin responde en parte a esa humillación histórica (insisto: no justifico, solo trato de contextualizar). La propuesta que Moscú colocó sobre la mesa el pasado 17 de diciembre no parecía tan descabellada, al menos para sentarse, para ganar tiempo: la renuncia de Kiev a la OTAN y el repliegue de la Alianza a sus límites anteriores a la ampliación. Por supuesto, Ucrania es un país soberano con derecho a ingresar donde le plazca, pero también son comprensibles los recelos de Rusia. Tal vez la solución habría sido la ‘finlandización’ de Ucrania, el mantenimiento de una política de neutralidad para que el país pudiese consolidar su independencia política y económica y, al mismo tiempo, mantener unas relaciones de buena vecindad con Rusia.
¿Es ya demasiado tarde? No lo sé. ¿Debería la OTAN aplicar un correctivo militar? Confío en que no, en que la tormenta se amanse. Busco luz y consuelo en los libros, en Tolstói, para quien la guerra era contraria a la razón y a toda la naturaleza humana. "Sobre todo aquel campo, antes tan alegre y hermoso […], se alzaba ahora una bruma impregnada de humedad y humo […]. Pequeñas nubes se acumularon y empezó a caer una fina lluvia sobre muertos y heridos, sobre hombres espantados, exhaustos, vacilantes, como si les estuviera diciendo: '¡Ya basta, ya basta, humanos! Parad… Recapacitad… ¿Qué estáis haciendo?'". Cita extraída de la magnífica traducción de ‘Guerra y paz’, a cargo de Joaquín Fernández-Valdés, publicada por Alba Editorial en 2021.
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