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Jaume Pla Forteza

Ucrania, Casado y la plaza de las Columnas

Jueves 24 por la mañana. A primera hora aún no se anuncian «muchos» muertos en Ucrania. Pablo Casado Blanco sigue en su mundo. Escucho un corte de voz suyo en el podcast de Juan Luis Sánchez: «la guerra civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia». En Notícies Migdia de IB3 veo en el pleno de Cort a una persona de pie frente a sus empleados del equipo de gobierno sentados. El ciudadano intenta salvar la plaza de las Columnas y mejorar el barrio. Lee un discurso, atendido por los cuadros de los hijos ilustres de Palma colgados en la sala. Paralelamente, el PSOE, también en Cort, se ríe del PP mezclando el barrio defendido con Almeida, Ayuso y Casado. Se solidarizan con Almeida porque dicen, también peatonaliza. Dará igual el resultado... Mientras, las aceras siguen reduciéndose, ergo los patinetes tendrán menos sitio para circular. La pantalla destila soberbia de poder en los dos escenarios. A esa hora, en Ucrania no en Cort, ya hay más muertos. Las horripilantes imágenes van llegando in crescendo. Un hombre en bicicleta se desintegra, oigo el primer llanto de una criatura y cada vez son más frecuentes los gritos desgarradores de sus madres. La atrocidad entra en mi hogar.

Empiezo a cenar. Ya aparecen miles de personas desplazadas. En menos de 24 horas lo han perdido todo. Están desesperadas, se van, no saben adónde. Colas para sacar dinero. Creo que no habrá nada que comprar. Trabajo, salas de quimio, diálisis, quirófanos y aulas vacías, mascotas, objetos personales, el paquete de Amazon que esperaban…, dejan la nevera llena... Su vida, en definitiva. El dolor se va de viaje. ¿Habrán cogido una cantimplora como cuando van de camping y unos bocadillos? El nudo se me empieza a cerrar, cambio el canal, vuelvo al anterior. La consternación me puede, sintonizo una estupidez innominada y acabo de cenar. La angustia no me abandona. Siento impotencia, vergüenza deshumanizada. Yo he cenado, mañana desayunaré. El +34 mi prefijo internacional de momento es mi búnker. Aguanto el vómito. Mañana, la sombra me la darán los árboles, no los aviones. Esos parques que tanto crítico serán remansos de paz. Escucharé música en lugar de explosiones. Agradeceré que los energúmenos expertos en practicar violencia ambiental, en cualquiera de sus modalidades, existan. Serán relativizados, en favor de las sirenas antiaéreas. Los tanques por las avenidas ridiculizarán los patinetes sobre las aceras. Los perros con o sin bozal que se abalanzan asustando a las personas, serán una bendición comparados con las ropas de camuflaje que llevan esos jóvenes, mandados a matar y a morir por unos señores mayores megalómanos que no conocen. Off TV; el colchón acogerá mi paréntesis moral. La compasión de sofá descansará unas horas. Soy un afortunado, cada vez valoro más la paz, sin más.

Desde fuera, se nombra a un solo individuo como responsable. Cuesta creerlo. Si es así, qué fácil sería que cualquiera de sus allegados lo solucionara. Debe haber alguien más. Quizás como nos tienen acostumbrados los políticos vendiéndonos sus hazañas, pero obviando sus costes, ahora que se presentan consecuencias apocalípticas, no todas las empresas occidentales que cotizan en bolsa cerrarán en rojo. Antes de escribir el último párrafo veo a un líder mundial en plena efervescencia. Palabra que, relacionada con sus fiestas, parecía que le iba a costar el puesto. Un poco más y se salva hasta Casado. Aspiro a un piso de protección oficial en Plutón.

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