Opinión
Pablo Casado quiere volver como Almunia
Sigue de presidente del PP, no se despidió del Congreso y confía en que un empeoramiento de la situación obligue a mantenerlo en el cargo
La despedida a un perdedor de dos elecciones generales con los peores resultados de la historia del PP, que además viene cayendo en las encuestas desde el pasado mayo, podía llevarse a cabo sin contemplaciones. Los populares han pecado de excesiva afabilidad con Pablo Casado, que suma a su dudosa talla política las marrullerías de un abandono de la presidencia del partido con una característica ineludible. No se ha producido.
Desde el pasado lunes, las ediciones digitales señalan a diario la expulsión con cajas destempladas de Casado a cargo de sus subordinados, para corregir conforme se acerca la noche que el rechazado por unanimidad «resiste», «negocia», «busca una salida» o «se mantendrá en la presidencia hasta el congreso». Su despedida del otro Congreso, donde su burla alcanza al conjunto de la población, también posee un rasgo inevitable. No se ha producido.
Es muy difícil encontrar un calificativo adecuado a oídos burgueses del folio de autobombo leído ante la cámara, pero estupefaciente servirá. Casado se apropia de los éxitos de la transición que pronuncia en primera persona del plural. Le reprocha a Sánchez que gobierne con independentistas, sin haber tenido el coraje de plantearle la pregunta al respecto a que estaba obligado por la agenda. Se da un autohomenaje que debió interrumpir la presidenta del Congreso, tan solícita a la hora de cancelar a diputados de Podemos. Se gana una ovación conmiserativa de los parlamentarios del PP que lo habían lapidado por 86 a tres, y consigue que España cante a coro su «despedida». Dado que no hay una sola palabra en el texto que certifique esa salida, solo puede concluirse un dato irrebatible sobre su adiós parlamentario. No se ha producido.
Para que se entienda, Zapatero entregó su acta de diputado en 2016 y fue del Congreso a la cola del paro. Finalmente, otra unanimidad de los barones regionales aboca a Casado al precipicio que le han diseñado quienes nombró, pero el condenado se zafa y sigue al frente de un partido que lo desprecia. La patraña ha sido asumida con tal docilidad, que obliga a plantear un interrogante pueril. ¿Quién es hoy el presidente del PP? Hablar de congresos en abril o de sucesiones pactadas es irresponsable en un mundo en guerra y donde la única incógnita epidemiológica consiste en adivinar cuándo llegará la séptima ola. Por tanto, la cacareada destitución con reemplazo posee una característica intrínseca. No se ha producido.
Casado no se despidió del Congreso, sigue al frente del PP contra el mandato sin fisuras de sus altos cargos, y confía por tanto en que un empeoramiento de la situación obligue a mantenerlo en el sitial. Por el bien de España, claro. La ventaja de medio siglo de democracia es que todos los giros del guion cuentan con un precedente histórico, antes de degenerar en el sainete actual. Casado aspira a repetir la peripecia equinoccial de Joaquín Almunia, otro ejemplo de un dirigente que no aceptó su derrota, luchó en la sombra para hacerla reversible, y cosechó por fortuna un descalabro de magnitud mayúscula como aspirante a La Moncloa.
Josep Borrell fue el Núñez Feijóo en la versión inaugural del líder de un partido que no quiso aceptar el veredicto masivo de su formación. El discutido alto representante de política exterior de la Unión Europea ganó las primarias para ser el candidato del PSOE en 2000 al susodicho Almunia, precursor de Casado. El aparato socialista sometió al votado por la militancia a una auténtica tortura, que por fuerza debía culminar en la promoción de un caso de corrupción en su entorno, para quienes crean que Casado/Egea han inventado algo.
El escándalo vinculado a inspectores de Hacienda se disolvió en la nada, pero solo después de que Borrell se viera apeado de la candidatura por sus propias huestes. ¿Y quién fue el designado para ocupar la plaza vaciada? El salvador Almunia, el rechazado que se reivindicaba a sí mismo. Después de una campaña desastrosa no solo logró el peor resultado socialista hasta entonces, sino que su concurso fue imprescindible para que la derecha lograra la primera mayoría absoluta de la democracia con Aznar al frente. La historia se tomó la justicia por su mano.
Desde la presidencia del PP que conserva hoy mismo, y aplicando el ejemplo de su comportamiento hacia Isabel Díaz Ayuso, el presidente del que abominan sus correligionarios podrá zancadillear a su gusto las opciones de Feijóo. A Casado no le importó dispararse en ambos pies para devaluar a su mayor activo, así que le incomodará mucho menos desacreditar con malas artes al símbolo de su decapitación. La asociación con personajes corruptos ya está amortizada en el presidente gallego de las mayorías absolutas, pero Casado es el único líder de un partido que ha acusado de tráfico de influencias y de utilizar testaferros en medio de una matanza a la más significada de sus activos.
Y si fallan con Feijóo las triquiñuelas ideadas para descabalgar a Ayuso, siempre pueden cruzarse acontecimientos providenciales como una guerra de Putin o una pandemia inesperada, que desaconsejen la convocatoria frívola de congresos extraordinarios. Lo cual obliga a concluir con el presidente gallego, que debió extremar las cautelas desplegadas en anteriores oportunidades. Nunca debió admitir la humillación de que un presidente rechazado en bloque apadrine o ni siquiera testimonie su ascenso a la cima. Y si confía en la palabra dada por Casado, puede informarse al respecto con su nueva amiga Ayuso.
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